Sesión - EL SIMIO DE OCHO DEDOS

Men bondage. Chicos atados. Quedaba pocas horas para el anochecer. El sol ya caía, y apenas despuntaba escasos metros por encima de las copas de los árboles, por lo que ya emprendí el camino de regreso tras pasar todo el día de excursión por la montaña.

Recorridos tres kilómetros, en una paraje solitario de bosques frondosos y fríos, vi una mochila junto una ruina extraña y minúsucula. Me desvié apenas esos veinte metros, y al mirar qué había dentro vi ropa hecha jirones, varios metros de cuerdas, y esa porquería de comida basura y grasienta que vuelve locas a las palomas y los monos.

Observé atónito y perplejo que había algún juguete erótico, y mientras ojeaba sorprendido aquellos artículos oí un ruido similar al que produce un jabalí que sale de la maleza. Rápidamente me giré, y ante mí vi un ser que no había visto jamás, una especie de simio amorfo, deforme, y tal como se dice popularmente, feo de cojones.

Para ser más preciso en la descripción, diré que emitía unos ruidos guturales que son como los asquerosos políticos españoles cuando cuentan sus mentiras de cada día. Marcaba en sus labios esa sonrisa maléfica de los banqueros ladrones cuando estafan y roban a sus clientes, y tenía en sus ojos aquella mirada maquiavélica de los policías marionetas que se comportan como sicarios de los Gobiernos. Postura autoritaria y soberbia recordaba a los tarados y perturbados dictadores y ministros que masacraron niños, mujeres y ancianos, con la repugnante excusa de una inventada y falsa pandemia, y cuando alzó sus brazos me llamó la atención que en cada mano tenía ocho dedos el primate.

Con mucho cuidado y lentamente tomé mi mochila para sacar la cámara de fotos y poder tener la imagen monstruosa de aquel adefesio, construido a base de las piezas más repugnantes que existen en la sociedad, pero el bicho emitió unos berrinches roncos, o unos gritos, o unos berridos, que denotaban que estaba igual de transtornado que los corbatines que salen por la televisión a diario.

Di un par de pasos a la derecha, y cuando quise largarme por patas el simio me cortó el paso. Dio un par de saltos, y de repente saltó encima mío con esa agilidad y destreza propia de su especie.

Pensé que quería el bocadillo que aún me quedaba, o alguna botella de agua, y abrí la cremallera por si quería comerse mi pan, mucho más sano y saludable que la mierda que había en su bolsa. Sin embargo, la sabandija inmunda hizo caso omiso, y con el filo de sus ocho uñas, que se multiplica por dos al usar las dos manos, destrozó mi ropa en apenas segundos. Cortó los hilos que el trozo más grande de tela no superaba los ocho centímetros, y por los cortes y rasguños cayó todo el vestuario al suelo.

Desnudo emprendí la lucha, pero los primates son mucho más fuertes que nosotros, y la batalla era completamente desigual. Dice la ciencia que nosotros procedemos de los primates, pero si escuchas hablar a los monos de los políticos y periodistas te das cuenta que lo único que tenemos en común es la actitud y el cerebro.

En plena pelea caímos al suelo, y con ocho dedos tenía la alimaña de sobras para su pérfida estrategia. Al revolcarnos consiguió ponerme boca abajo. Con los pulgares y meñiques y anulares me inmovilizó manos a la espalda, y con sus otros dedos prensiles y hábiles enrolló las cuerdas de la mochila misteriosa en mis muñecas.

Ya con las manos atadas a la espalda, aquel eslabón perdido, o desconocido, o mutado, o evolucionado, de los homínidos, repitió el mismo gesto con mis piernas, y ya con los tobillos atados noté que empujaba de la cuerda con tanta saña que me hizo doblegar las piernas hacia arriba. Enrrolló de manos a tobillos, y cuando acabó con los nudos me vi con las piernas dobladas, sin poder estirarlas, y totalmente atado..

Le pregunté a esa cosa horrenda de dónde había salido tan espantoso, y justo iba a insultarle cuando metió en mi boca abierta que blasfemaba una gruesa y dura bola de color rojo. Apretó la mordaza, y ya amordazado fue raudo el macaco a coger un trozo de tela largo para dejarme con los ojos vendados.

Hay que reconocer que la situación me creó un gusto especial. Pensaba que el mono de las narices y ocho dedos era un puto pervertido, pero acababa de descubrir que el pervertido era yo.

Tomó el malvado la cámara de fotos, casi como un símbolo de su victoria, como un trofeo, y empezó a hacerme fotos. El inútil no ha de saber mucho de fotos, porque con ese sol tan bajo la luz es más pálida. Tampoco me pedía que me moviera ni nada, así que decidí ponerme en plan modelo, y empecé a posar, de lado, boca abajo, boca arriba, levantando el culo, levantado las plantas de los pies, y otros posados.

Estuvo media hora haciéndome fotos. Disparó tantas fotos que llenó la tarjeta de memoria, y con la última foto dejó la cámara en el suelo, y se fue porque ya venía la noche. ¡Me había dejado solo el maldito hijo de puta! ¡Vuelve! ¡Hijo de perra! Esto lo pensé, pero amordazado no pude gritar..

La hora siguiente fue todo el rato la peripecia por romper las cuerdas. Rodé por el suelo, por encima de las hierbas y la tierra, hasta alcanzar una piedra sólida y enorme, inamovible, de arista afilada. Rasqué las cuerdas un minuto, dos minutos, diez minutos, veinte minutos, y cuando ya estaba agotado por fin las corté. Estiré las piernas, y ya en mejor posición fue más fácil acabar de desliar y serrar las muñecas.

Ya desatado, fui rápido a recorrer el camino que me quedaba hasta el coche. La oscuridad y la noche que ya estaba encima fue mi aliada para que nadie me viera desnudo hasta llegar al coche y vestirme con la ropa del maletero. ¡Tenía su morbo! ¡Juguetón que soy! Las fotos salieron de maravilla, y la mordaza y los juguetes eróticos me los quedé. En casa tengo que aplicar lo que me ha enseñado el mono.

 

 

 

 

Exoticbondage.com