Sesión - LA NINFA DE LA LLUVIA
Men bondage. Chicos atados. Martes por la mañana estaba tumbado sobre el césped de un céntrico parque en esta asquerosa ciudad sucia y repleta de robos y maleducados. Tomaba el sol de los primeros días de primavera rodeado de gente de todo tipo, familias que se ponen a celebrar los cumpleaños de sus hijos, chicos que hacen malabares, chicas que practican yoga, otros que leen, hay quien escucha música, algunos duermen, y el grupo de las tiendas de campañas son gente sin hogar que viven en una parcela del parque. A media mañana llegó una chica muy guapa, y por haberse tumbado muy cerca de mí o quizá porque cruzamos miradas afables un par de segundos nos pusimos a hablar. |
Recuerdo que al presentarse me llamó la atención su nombre, casi perfecto para una diosa de los mares. Mucho más me impresionó su tacto al darme la mano, fría como los manantiales de agua que emanan por las montañas camino de torrentes y ríos, y el tono blanquecino de la piel, incluso diría que ligeramente azulado si no fuese que me preocupa ser tomado por daltónico o cegato, invitaba a charlar en la sombra, porque podía quemarse al ser tan sensible. Nos refugiamos en otro rincón del parque, alejados del sol, y al tocar la primera hora de nuestra conversación me comentó su plan para el día siguiente. Dijo iba de excursión a las montañas, cruzar de un pico a otro por una ruta a través de bosques y acantilados, y dado iba sola por no haber encontrado a nadie que le acompañara me propuso si me apetecía ir con ella. |
Prendido de su belleza, de su simpatía, de sus ojos azules con aquel cristalino de los lagos nórdicos, y también por efecto de que no tenía planes para el día siguiente y pintaba aburrido, accedí encantado a su invitación, y le dije que sí. Nos encontramos en la estación de autobuses, yo con mi mochila típica de excursión, y la chica con otra inmensa mochila que casi parecía una mudanza de domicilio. Subimos al autocar, y tras dos horas largas de viaje por autopista en su mayoría y por carretera comarcal los últimos 30km llegamos a un pequeño pueblo, cuatro casas rústicas sin un alma por los exteriores, y una parada que consistía en un poste metálico y un bando de madera agrietada para amenizar las esperas. |
Bajamos en aquella atmósfera extraña donde que es totalmente contrario a la putrefacta ciudad, y sin tardanza tomamos camino en sentido opuesto a las pocas casas. La guía era ella, así que me limité a seguirla, pero se le notaba que conocía el lugar y sabía dónde íbamos. En apenas medio kilómetro ya se apoderó del paisaje un bosque precioso, espeso, silencioso, donde es fácil imaginarse las historias de brujas o de héroes o de terror, pero yo le vi un encanto fotográfico y sosegado que era como estar en el paraíso. |
Cinco kilómetros debíamos de llevar a través de esos bosques cuando la chica propuso detenernos para comer. Abrí la cremallera, saqué el bocadillo, di antes un sorbo a la botella de agua, y al girarme la vi a ella totalmente desnuda, frontal a mí y gesto ardiente. Me quedé perplejo porque no me lo esperaba, pero es cierto que el bosque tiene su ambiente morboso y erótico, aunque no penséis que miré a sus pechos o la pelvis. ¡No! Me fije en que llevaba en su mano un trozo largo de tela morada que usó para poner con delicadeza y sensualidad sobre mis ojos, y dejarme a partir de entonces sin ver nada con los ojos vendados. |
Me desnudó completamente con el hambre propio de una tigresa y la rapidez de quien sale corriendo porque se le quema la cebolla en la sartén, y descalzo y a ciegas me hizo andar un trecho por el bosque, hasta colocarme en un rincón que, en aquel momento, yo no sabía dónde estaba. Su siguiente orden fue llevar las manos a la espalda, y con firmeza y tensión apretó cuerdas en las muñecas que me dejó con las manos fuertemente atadas a la espalda. Entonces me ordenó que me tumbara en el suelo, tal como estaba en el parque. Ató mis tobillos juntos con las piernas atadas juntas, y estirando el largo tramo sobrante de la cuerda unió la cuerda de los tobillos a las muñecas atadas, de tal forma que me era imposible estirar las piernas. |
Añadió otras dos cuerdas, la primera por encima de las rodillas y la segunda en mi cintura. Rodeó unas cuantas veces todo el contorno de esa zona del cuerpo, y empujó las cuerdas arribas, notando que estaba atando las cuerdas a un tronco rígido de un árbol caído. Quise preguntar si es que le iba ese rollo, lo cual a mí me parece muy bien y me encanta, pero antes de que pudiera articular la primera sílaba noté una bola entrar dentro de mi cavidad bucal. Llevó las correas hasta detrás de la nuca, cerró la hebilla en el último agujero, y así me tuvo severamente amordazado. . |
Culminado su trabajo, noté al poner su mano en mi ombligo que tenía la palma de la mano mojada. Pensé que se había puesto crema o lubricante, pero noté en mi piel la brisa húmeda. Unas nubes que los palurdos mentirosos de la televisión no habían pronosticado taparon el sol, y quizá por la brisa húmeda o la altitud de las montañas noté unas incipientes gotas de agua. Comenzaba a llover, lo que cortaba el rollo y hacia que teníamos que parar y me tenía que desatar, pero ocurrió algo inesperado. Las gotas de agua que caían sobre el cuerpo de la chica salpicaban. Creaban ese chasquido de la gota de agua cuando impacta con el charco, y por un momento, quizá porque la chica quiso que yo supiera la verdad, me levantó ligeramente la venda, y cuanto vi fue algo increíble. |
Toda la efigie de la chica era una forma impoluta de agua, sin carne, sin grasa, sin huesos, sin venas, sin órganos, y mirando a través de su torso podía ver el bosque al fondo. Su transparencia física era la propia del agua pura y limpia, con aquella leve distorsión que ofrecen sus ondas, y en cada movimiento que hacia su figura se balanceaba como las olas del mar. Apretó la lluvia con tal cascada que su cuerpo se unía a la cortina de agua, haciendo sólo uno y casi ya confundiendo hasta el punto de que no sabías donde acababa sus piernas o dónde empezaba el torrente que me empujaba. Entonces me volvió a colocar la venda, me deseó buen viaje, y cayó el diluvio universal. |
Llovió con tanta fuerza que el agua arrancó el tronco donde yo estaba atado. Imposible de escapar, lo levantó como si fuera un barco navegando en un océano enfurecido, y por la misma velocidad que imprimía la corriente me mantenía a flote. Obstáculos que se cruzaban los destrozaba. Arrastraba la furia del agua todo lo que encontraba a su paso, y era tal la velocidad vertiginosa que es mentira que el cauce va siempre hacia abajo. Por la misma inercia el torrente que me arrastraba subía laderas, escalaba paredes del acantilado, y en el punto más alto caía como juguetón y travieso se lanza por un tobogán. Volvió a trepar, y en el llano que se encontró el torrente atajó en seco su velocidad. Quedé quieto sobre un terreno plano. Cesó la lluvia como quien cierra el grifo de la ducha, y sentí los rayos del sol de nuevo en mi cuerpo. Ya calmado, me percaté que en cada impacto con piedras se había desgarrado las cuerdas hasta el punto de poder soltarme solo. Me quité la venda, la mordaza, y al abrir los ojos me quedé estupefacto. Estaba en el pico que la chica había dicho por meta. Llegamos a destino, y junto a mí el terreno húmedo formaba un dibujo acuoso singular, el de una preciosa belleza femenina, con un trazo tan perfecto que ningún humano es capaz de lograr. A pocos metros estaba mi mochila y mi ropa, misteriosamente seca, y poniéndome en pie sonreí, le di la gracias por tal maravillosa aventura, y me despedí de la chica para regresar a mi casa. |
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