Sesión - LA REINA DE ARENA

Men bondage. Chicos atados. Había ido a pasar el fin de semana a Andorra. Eran tres días festivos de un ambiente muy cálido, las fechas eran perfectas, y llevaba mucho tiempo programando este descanso de vacaciones, porque estoy hasta los huevos de la mierda de la ciudad, y porque desde mi casa hasta el país vecino hay centenares de kilómetros de distancia.

Me levanté muy temprano, y el trayecto es lo típico de siempre. Se empieza con semáforos, peatones que cruzan por donde les da la gana, patinetes, el dormilón que no arranca, el estresado que no sabe aparcar, se sigue por pisar pedal en la carretera, girar a la derecha, luego a la izquierda, cambiar de carril para tomar la salida tal, y al final, ¡ya casi increíble!, pillo la autopista que me lleva a mi destino.

El paisaje de montaña se había hecho mucho más bonito, pero cuando faltaban unos 30km la carretera estaba cortada por un accidente. El atasco era monumental, y por cortar camino tomé un desvío.

En sus curvas sinuosas tenía unas vistas fabulosas y mucho bosque. aparqué para descansar y divertirme, y empecé a recorrer sendas de bosques frondosos entre pendientes y vistas panorámicas cuando, de repente, escondidos tras unos matorrales, vi unos pies descalzos y unas piernas finas hasta las rodillas.

Me acerqué para curiosear, y allí había una chica preciosa sentada tomando el sol desnuda y en soledad. Me vio llegar, supongo porque oyó las zapatillas andar sobre la tierra, se giró, y pensé que me iba a echar esa bronca de mala leche que se ve mucho en películas, pero fue todo lo contrario.

Se levantó, me abrazó, y por esas tonterías típicas de los tíos, que nos volvemos idiotas cuando nos acarician y nos besan en plan sexual y tórrido, me deje llevar hasta acabar desnudo en menos de dos minutos. ¡Los tíos por dos besitos ya bailan como monos!

Recuperé un mínimo de sentido común cuando la chica cogió toda mi ropa, y la zorra salió corriendo bosque adentro. ¡Hija puta! ¡Que me roba la ropa! Pensé que era una broma, pero la guarra se largaba de verdad, y salí a la carrera corriendo con esas zancadas de mitad humano y mitad pato, porque me iba clavando piedras y ramas y las acículas de los pinos y abetos.

Corría como una gacela. La había perdido de vista, y di un par de gritos diciendo que no hacia ni puta gracia. Me respondió ese silencio de cuando alguien se esconde y no se mueve ni un pelo, pero la chica tenía ganas de jugar, y con un timbre entre pícara y traviesa me retó a que la siguiera buscando.

Fui hacia el lugar que había oído la voz. Me rasqué con ramas y con unos pinchos de mala leche que tienen una púa como lanzas, y entonces la vi que me esperaba junto una roca descojonándose de la risa. ¡Que graciosa la pava! Reía mucho, pero de la ropa no había ni rastro. Me contó que la había escondido, y que si la quería recuperar tenía que superar un reto morboso.

En esas situaciones es donde volvemos a demostrar que los hombres somos tontos cuando se trata de sexo, y de entre unos matorrales la chica sacó escondido una venda de tela negra. Con el morbo de los ojos vendados y un par de caricias, ya somos mansos y borregos los chicos, y ella, ¡muy lista!, aprovechó la oportunidad para atarme las manos a la espalda.

Enredó que casi le da para unir dos países, y al cabo de quince minutos me encontré todo atado de arriba abajo, manos, pies, tobillos, cuerpo, y la guinda del pastel fue la mordaza para tenerme amordazado.

Ya todo atado, empezó a hacerme fotos a lo bestia. Me contó que eran para su colección. Se pasó quince minutos tirando desde todos los ángulos, y de repente, ya con la última foto, oí un ruido extraño de tierra.

La chica, figura de otro mundo hecha toda de arena y tierra, empezó a perder su forma sin que yo me percatara por los ojos vendados. Grano a grano se fue uniendo al ejército del suelo, y en menos de un minuto se esfumó.

Intuí el hecho por los ruidos, pero a mí ya me daba igual si la chica estaba hecha un montículo o era una playa o se había convertido en un reloj de arena! Yo lo que tenía que hacer era desatarme, y comencé a frotar las cuerdas contra la roca para cortarlas y romperlas.

Dicen que es muy fácil… dicen que se hace rápido… dicen y dicen y dicen… la gente dice muchísimas gilipolleces. ¡Casi pensé que no lo iba a conseguir! Era casi ya de noche cuando logré quebrar un tramo de las cuerdas que me dejó mover los brazos.

Aprisa me desaté lo que faltaba. Tiré todas las cuerdas, y para mi asombro se derritieron como chocolate en el horno. perplejo, rebusqué entre los matojos mi ropa, y en la copa de un árbol vi toda la ropa.

Trepé por donde pude, agité las ramas endebles para no subir hasta arriba del rascacielos, y al final logré recuperar todo el vestuario. Me vestí, y me largué cagando ostias.

Llegué al hotel, abrí el ordenador, y cuando fui a escribirlo en las redes sociales vi en mi correo electrónico un email que en el asunto ponía la palabra fotos. Lo abrí, y allí, en un fichero adjunto, estaba todas las fotos que me había hecho. Lo descargué impaciente, y sonreí. Tengo un buen recuerdo de la experiencia. ¡Nos encantan a los hombres las mujeres juguetonas! Supongo que así somos los hombres. ¡Qué le vamos a hacer!

 

 

 

 

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