Sesión - LA RANA DEL ACANTILADO
Men bondage. Chicos atados. En una excursión por la montaña vi que el camino por el que andaba transcurría muy cerca de un acantilado con unas vistas impresionantes. La distancia debía de ser más o menos de unos diez metros, y decidí aproximarme para hacer una fotografía del paisaje. Me detuve en las rocas que marcaban ya el límite con el precipicio. Hice un minuto de fotos, y dado el paisaje que se contemplaba era muy bonito decidí quedarme a descansar y comer. Me senté en una de las rocas vecinas, abrí la mochila, tomé el bocadillo, y apenas di una decena de mordiscos al pan que oí el croar de una rana entre las rocas que emergian del acantilado. |
Yo no soy un experto en ranas, pero que yo sepa son de charcas o de árboles en la selva. No había oído nunca de ranas en acantilados, pero tampoco tengo ni idea de esto, así que decidí mirar si la veía sin levantarme del sitio, porque estaba muy cómodo sentado. Del vacío en la caída salió una rana, y me hizo mucha gracia, porque en lugar de alejarse la rana venía hacia mí como si fuera andando paso a paso con sus patas peculiares. Yo me reí, y fruto quizá de la altitud, o de la insolación por el día soleado, o de esas tonterías y burradas típicas que hace el idiota ser humano, me puse a hablar con la rana. |
Le dije que dónde iba, y le dije que podía estar tranquila que no me la iba a comer, porque era una cosa horrenda y muy fea, con unos ojos deformes, una piel rugosa de tacto repelente, un color que era entre marrón asqueroso y un verde sucio y guarro, con esa papada clásica de los gordos que pesan ochocientos kilos, y con una barriga como un tonel. Me reí, di un mordisco al bocadillo, y mientras estaba masticando la rana grosera y maleducada me replicó. Me dijo que me apestaba el culo, y que yo era más cegato que una gallina de noche. ¡Será hija de puta la maldita rana! ¡Aquello no podía ser verdad! Primero porque me hablaba la rana, y segunda porque me vacilaba una rana. |
Cogí un arsenal de piedras y empecé a bombardear la rana, pero la muy cabrona de rana esquivó todas las piedras con una agilidad jamás vista ni en las artes marciales. Se doblaba, se contorsionaba, zigzagueba en eses o se afinaba como una i latina en mayúscula, y la última piedra que le arrojé se burló haciendo el gesto torero de torearla con el capó. Me dije a mí mismo que eso no podía ser, que era un espejismo, pero la rana me provocó diciéndome que tenía una puntería de mierda. ¡Sí, sí, me provocó la rana! ¡Fue culpa de la rana! Le dije que la iba a aplastar. Me levanté cabreado, y empecé a correr detrás de la rana. ¡Saltaba un montón la zorra! Iba de roca en roca, y me regateaba. Simulaba ir a la derecha, y la guarra saltaba a la izquierda. De vez en cuando se paraba, y me dijo que si la atrapaba me iba a arrepentir, que no lo hiciera, que iba a ser un gran error, y que iba a perder. |
Yo no le hice ni caso. Me tiré encima de ella con la fiereza de un tigre, rápido como un halcón, astuto como una comadreja, y por fin la pillé. ¡Victoria para los humanos!, me dije a mí mismo. ¡Somos los mejores! ¡Gané! La rana estaba repugnante y pringosa, cubierta de una sustancia transparente y viscosa que era como si fuese vaselina o gelatina. Yo no tenía ni idea de qué era eso, y le pregunté a la rana en qué porquería se había bañado que estaba tan sucia. La rana dio una carcajada sarcástica, me miró fijamente, y se limitó a decirme que la había cagado por gilipollas. ¡Tal como suena! ¡Literal! ¡Que sí, que me dijo eso la rana! |
Calló la rana, y de repente noté que me fallaban las fuerzas en las manos. Me costaba mucho esfuerzo mantener la rana apresada entre las palmas de mis manos. Mis piernas flaqueaban. Me tambaleaba. Se doblaban mis rodillas. Empecé a bostezar mucho, y me invadió una sensaciones enormes de dormir. Mis dedos se abrieron, y la rana se puso sobre la cima de una roca, mirándome atentamente. Se sentó, y la vi rascarse la panza con sus ancas mientras yo caía de rodillas en el suelo, incapaz de sostenerme en pie. Con la voz adormecida, le pregunté qué me pasaba, y llamándome zoquete me dijo que me jodiera. ¡Maldita zorra! El sueño se apoderó de mí a una velocidad vertiginosa, y sin ya casi poder articular más palabras quedé dormido profundamente. |
Desperté no sé cuánto rato después, y rápidamente noté que no tenía movilidad. Mis brazos estaban atados a la espalda muy fuertes. Mis piernas estaban atadas como si fueran las ancas de una rana. Las cuerdas apretaban mi torso. Una venda en los ojos me mantenía en la total oscuridad con los ojos vendados. Cinta pegajosa en los labios me tenía amordazado, y por el tacto de la piel con la arena y las piedras sabía que estaba desnudo. Gimoteé por efecto también de la sorpresa. Busqué los nudos para desatarme, porque estaba perfectamente atado, y al instante reconocí la voz de la rana, que me dijo que me lo advirtió, y que ahora por palurdo me iba a putear un ratito atado. ¡Será zorra la maldita rana! |
Tomó mi cámara de fotos, y con una destreza que es imposible de sospechar por sus zarpas y sus ancas amorfas y grotescas empezó a hacerme fotos desde todos los sitios. Apretaba el botón con una situación insólita y dando órdenes... de si ponerme boca arriba... boca abajo... de si levantar el culo... y en cada pose me acribillaba con centenares de fotos. A su alrededor se oía una fiesta increíble. Oía centenares de croar. ¡Miles de croar! Aquello parecía una orgía de sexo y seducción entre ranas y sapos, o de sapos con sapos, o de ranas con ranas, o de todos con todos y todas, y a mí me tenían como la atracción turística del evento, atado, desnudo, amordazado, y con los ojos vendados. Les oía decir todo tipo de guarradas. Hablaban de ponerse pinzas en las pezones, de darse azotes, de meterse no sé qué por la boca, y dos sapos se pelearon por el banquete de una mosca. |
Fue bien entrada la noche, ya casi en lo que sería horario after, que sentí las cuerdas desatarme. Tan sólo quedaba una rana, la culpable de todo. Me dijo que aprendiera la lección de que las ranas y los sapos no se tocan, y tan pronto tuve las manos ya disponibles se marchó. El resto de cuerdas me las quité yo solo gracias a que estaban aflojadas de las muñecas. Al quitarme la venda vi que despuntaba ya el alba. ¡De ranas y sapos ni rastro! Sólo estaban las maravillosas marcas de las cuerdas en mi cuerpo y el inmenso número de fotos en mi cámara. Me levanté, me vestí, vi el amanecer completo, y desde ese día nunca más he vuelto a tocar sapos ni ranas. |
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