Sesión - LA OFRENDA A LOS DIOSES
Men bondage. Chicos atados. Aquel verano fui en plan aventura a conocer la cultura y costumbres de países lejanos y desconocidos. Tomé la bicicleta, la tienda de campaña, la mochila, mi cámara de fotos, y me adentré por caminos y paisajes que ni tan siquiera salen en los mapas. Tras dos días de ruta cruzando montañas y paisajes agrestes vi a lo lejos inmensas extensiones de campos áridos, con pastos e hierba mordida y arrasada, monte seco, y al fondo de todo, en el horizonte, donde ya dudaba de si era real o un espejismo, aparecía un poblado pintoresco de los que ya no quedan por la devoradora y esquizofrénica civilización. |
Me acerqué lleno de curiosidad y con ganas de aprender, de conocer, de experimentar, y tan sólo verme la tribu local hubo como un estallido de alegría y sorpresa, un jolgorio que finiquitó su calma perpetua, y en masa salieron todos a recibirme y a darme la bienvenida. Me senté junto a ellos, y el saludo fue sonrisas y buenos gestos, porque yo no tenía ni idea de lo que decían. Por suerte, o por desgracia de la globalización de la humanidad, había en la tribú un chico que había viajado y sabía inglés, y la historia que me explicó me dejó estupefacto y asombrado. |
Resultaba que la aldea estaba triste y sufriendo mucho. Me contó que estaban maldecidos por los dioses porque la cosecha del año pasado fue pequeña y no pudieron rendir tributo y ofrenda a los dioses. Por eso los dioses se enfadaron, y como castigo les enviaron una plaga que les arrasó todo lo que habían sembrado. ¡Que sensibles son los dioses! ¡Se enfadan por el retraso del pago de una factura! ¡En España estarían enfadados cada día! Me contó que el castigo seguiría hasta que hicieran una ofrenda. Esta ofrenda debía de ser un visitante, un hombre fuera de la aldea, de cabello largo y precioso como la crin de un caballo, altura que despunte su cabeza por encima de los tejados, músculo portentoso que compite en dureza y fuerza con el hierro y el acero, ojos azules que se confunden con el azul del cielo, y una polla que es la envidia de los sementales. ¡Sí! ¡Soy yo! ¡Soy clavadito a la descripción! |
Con muy buena educación, el chico me preguntó si me ofrecía al sacrificio para ser la ofrenda a las dioses, ¡y claro que dije que sí! Al fin y al cabo, es lo mismo que en España y en Europa y en todo el mundo. Allí pedían sacrificio para los dioses, y en el resto del mundo se sacrifica la gente por los tarados y ladrones de los políticos y los banqueros. Ya puestos a elegir... ¡yo prefiero los dioses! Cruzamos los campos y subimos hasta un cerro de pocos pinos y arbustos bajos, muy soleado, piedras y rocas por el suelo. Me pidieron tumbarme desnudo sobre su altar de los sacrificios, que básicamente eran cuatro piedras planas que ardían como una paella por el suelo abrasador. Me quemé el culo sólo sentarme. ¡Peor hubiera sido boca abajo! |
Casi sin darme cuenta, ataron cuerdas con maña elaborando una especie de red por todo mi cuerpo, con la idea de sirvieran de asa o agarre para los dioses y llevarme a vete a saber las fincas que tienen los tíos más arriba de las nubes. Pusieron mis manos atadas a la espalda, los ojos vendados para que los dioses descubrieran mis ojos preciosos en su reino, y amordazado porque decían los aldeanos que soy como una cotorra y no callo. Ya atado, se alejaron, y me quedé solo esperando a que vinieran los dioses. ¡Diez minutos! ¡Veinte! ¡Una hora! ¡Dos horas! ¡Y los putos dioses que no venían! ¡Se habrán perdido por el camino! Me daba el sol de lleno, me estaba poniendo rojo como una gamba, o como el cangrejo en la olla, pero los dioses seguían sin venir. |
Por fin llegaron, y entonces ocurrió algo inaudito. Los dioses se enfurecieron todavía más. Se dirigieron a la aldea, y con una voz afónica y de altavoz roto gritaron cabreados que yo era una mierda de ofrenda. ¡La mierda lo será tu puta madre!, pensé yo. ¡Menos mal que estaba amordazado! ¡Porque les hubiera enviado a tomar por el culo! Los dioses se fueron mucho más enfadados de lo que vinieron, les mantuvieron el castigo, y culparon a los aldeanos de haberles provocado un trauma. ¡Serán hijo de putas! ¡El trauma es oír su voz de sapo desafinado! ¡No te jode! Fracasada la ofrenda, los aldeanos me desataron, y me supo mal por ellos. Yo había colaborado con mi buena intención, pero les dije que no se preocuparan, que los dioses deben de ser unos putos cegatos, y les di dos paquetes de arroz que llevaba en la mochila. ¡Son del supermercado! ¡A ver si se atreven los dioses a maldecir a los supermercados! ¡Venga, valientes! ¡Ya iría bien ahora que lo pienso! ¡Roban poniendo unos precios que no sé si estoy comprando garbanzos o diamantes! ¡Pero eso ya es otra historia! |
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