Sesión - LA CABRA LOCA
Men bondage. Chicos atados. Aquel sábado por la noche, de un mes de junio caluroso, decidí ir de fiesta a un local del que había oído muchos comentarios hace meses. Tenía fama de ser un local con gente alternativa, muy rara y bastante loca, y a mí esos sitios me encantan. El local era muy divertido y maravilloso. Había gente con atuendos y vestuario muy guapos, que no son la payasada ridícula y estúpida del traje, de la corbata, de la toga, y todas esas tonterías. Vestían con una valentía y extravagancia encantadora, y de entre todas me fije en una chica que parecía una cabra loca. Bailaba dando esos saltos que dan las cabras locas por los montes y los prados. Su cabello presentaba una textura como pelo de cabra, y la bravuconería de su pecho erguido al apoyarse en la barra es como las cabras cuando levantan el cuello para mirar tanto al vecino como al horizonte. |
Me acerqué a ella luciendo mi espléndido cabello al vuelo y con la camiseta elástica bien ceñida para resaltar mis músculos portentosos. Sonreí con ese gesto en los labios que me haciendo más guapo que la bazofia de un príncipe azul, y la chica me miró de inmediato sorprendida y encantada de mi ilustre belleza. Al acercarme vi que tenía unos ojos increíbles y hermosos, de ese azul cristalino que es tan propio a las cabras, y al preguntarle por su nombre me dio una respuesta que me descojoné de la risa, pues con ese acento gracioso y fino de las cabras me contestó: mmmeeeeeegggggg . |
Casi la confundo por el sonido con una oveja, pero seguí su maravilloso humor, y le contesté que es un nombre original. Ella me miró con sus pupilas clavadas en mí, fascinada supongo por mi hermosura, y con esas dotes de seducción que yo tengo y que me hacen mundialmente famoso le dije que le proponía un idea para toda la noche. Le propuse una sesión de bondage. Se mantuvo en silencio, y su mueca inexpresiva que es tan propio de las cabras me desconcertó, pues no sabía si le gustaba o detestaba la idea. Maticé mi idea con mayor detalle, ya que a lo mejor a la chica no le gusta ser atada, y le propuse una variante, que podía ser yo el atado. Me seguía mirando atónita y prepleja, y de repente, sin ningún gesto labial que me indicara que fuera a decir palabra alguna, me respondió: mmmeeeeeegggggg . |
Sentido del humor tenía mucho la chica. ¡Eso era innegable! Yo no le di importancia, y le dije que en mi casa tengo un armario lleno de centenares y centenares de metros de cuerdas, y sólo decirlo la chica, con ese andar de cabra por sus patas delgadas y ágiles, tomó decidida el camino a mi casa. Salimos del local, subimos al coche, y me encantaba esa mirada suya de los ojos dilatados, mirando absorta por la ventana, y de vez en cuando, por improviso y sin aviso y sin causa justificada, se quedaba mirándome fijamente tanto tiempo que la chica ni parpadeaba. Le pregunté si esa devoción era por mi indiscutible atractivo, y al instante y sin dudarlo la chica me respondió con su voz cariñosa: mmmeeeeeegggggg . |
Sólo cerrar la puerta del piso, se abalanzó contra mí con esa pasión y locura de una cabra loca. Mordisqueó la camiseta, y estiró de la tela con su boca cerrada. Empujó con tanta fuerza que destripó la tela en cuestión de segundos. Hizo agujeros que parecía la camiseta un colador, y en un arranque propio de una cabra loca me arrancó la camiseta. Podría haberme desnudado con cuidado, que al fin y al cabo la camiseta era nueva y me había costado treinta euros, pero lo comprendí por el frenesí del sexo. Yo también estaba encendido, porque la chica era muy guapa, altura erguida en torno a los 160cm, dos pechos que abultaban bajo su vestido sexy, y me hacia mucha gracia esa bis cómica de ir repitiendo de vez en cuando su nombre: mmmeeeeeegggggg . |
En apenas dos minutos yo ya estaba desnudo, y camino de la habitación la chica también se quedó totalmente desnuda de un plumazo, con su fina cintura y un cuerpo esbelto que me indicaba que la chica iba al gimnasio o hacia mucho deporte, porque se le veía ágil y rápida. Tomó todos los rollos de cuerda que le dio la gana, y dado que tenía las dos manos ocupadas de tanta cuerda y mordazas y utensilios que cogió me empujó con la cabeza de regreso al comedor. Me situó frente al sofá, y allí quietos me dio una orden concisa y concreta: mmmeeeeeegggggg . |
Me tumbé sobre el sofá, e inmediatamente la chica me ató las manos a la espalda. Colocó cuerdas alrededor de mi cuerpo, lio nudos y enredos que no vi en la zona de mi dorsal, y al concluir los últimos giros tomó sin demora el siguiente enredo de cuerdas. Puso las cuerdas por mis tobillos, por debajo y por encima de las rodillas, por los muslos, y por remate final acercó mis tobillos a las manos, empujando con esa tensión en que ya era imposible estirar las piernas o levantarme o desatarme por mí mismo. Ya perfectamente atado y desnudo, tomó la mordaza. Abrí la boca, y con la bola dentro de la boca apretó la correa hasta cerrar la hebilla detrás de mi nuca. Me colocó una venda de terciopelo con los ojos vendados, y ya amordazado y con los ojos vendados me susurró a la cara: mmmeeeeeegggggg . |
Del grito que soltó la bestia de la chica casi me deja sordo, y a decir verdad no entendí en ese momento porque me repetía su nombre, pero rápidamente se disipó mi duda, pues acto seguido noté dos pinzas ponerse en mis pezones. Excitado por las perfectas ataduras y el erótico bondage que me había hecho, se puso mi polla de sementala tal tamaño gigantesco que le arreé a la lámpara del techo como el bate de beisbol que le mete a la pelota. Al girarme por esquivar la lámpara aporreé con el rabo la pared como si fuera un tambor, y supongo que por evitar más impactos con mi viga de hierro me dijo la chica: mmmeeeeeegggggg . |
Me quedé quieto boca arriba, y justo entonces, cuando ya iba a empezar toda esa acción que a chicos y chicas nos encanta, ocurrió algo inaudito. La chica se vistió de una especie de pelo hirsuto, idéntico al que tienen las cabras. Dejó su porte erguido, se colocó a cuatro patas, con sus pechos colgando como las ubres de una vaca, pezones alargados, y comenzó a dar brincos y cabezazos contra paredes y puertas y cristales. La chica se había transformado en una cabra loca. Tomó una cámara de fotos que había en el estante, y saltando arriba de los armarios y por encima de la mesa empezó a hacer fotos de todos los sitios. Disparaba con una agilidad y velocidad sorprendente, y al acabar si situó junto la cornisa. Yo pensé, "¿dónde vas, cabra loca?", pero con una habilidad que es imposible de imaginar bajó por la fachada que era para darle la medalla de oro de los Juegos Olímpicos. Se fue, y lo último que oí de ella fue su nombre ya en la calle: mmmeeeeeegggggg . |
La hija puta se marchó dejándome desnudo, atado y amordazado. Me esforcé por desatarme, busqué los nudos y forcejeé, pero era totalmente imposible. Una hora después llegó mi compañera de piso. Al encontrarme en ese estado me desató de inmediato y me preguntó que me había pasado. Le dije que en un local había ligado con una chica preciosa que se había transformado en una cabra loca al llegar a casa, y mi amiga me dio la razón: ¡hay mucha cabra loca por la calle! |
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