Una escalofriante leyenda recorre, desde finales de la segunda década del presente siglo, los pasillos de cuyo solemne edificio alberga el gobierno de este país, pero antes de compartirla con ustedes, debo advertirles es pura ficción, aunque haya gente que dé hasta el último detalle por sagrada verdad. A diva épica se debe la terquedad, hoy ya anciana, pero antaño belleza deslumbrante de voz deliciosa que sólo iguala arpas celestiales de dioses inmortales, dotada en sus iris de un benévolo brillo, ¡fíjese!, aún emana armonía protegido por cual arqueo de sus cejas ha trazado el arquitecto de la luna menguante, y cuya astucia sigilosa desde su juventud ha desempeñado oficio en este castillo fascinante.

Fue fácil camuflarse, pues sepan trabaja en fortaleza un ejército discreto en número superior a mil personas, ¡por qué tanto obrero!, se preguntará, que hay desde el gandul capataz hasta el sacrificado carpintero, o si me permite vos usar el recurso de la metáfora, del noble agricultor que poda las viñas al ladrón que le roba sus piñas. Causa es que en sede oficial reside mentecato cuyo delirio trastornado devastó el futuro de tiernas criaturas, ¡de quién se trata!, es aquel monstruo con la sien de un hipopótamo y la barbilla en forma de patata.

Situada su alcoba en cuya privilegiada ala de este inmenso complejo lo aísla de miradas y voces discordantes, fue erigido en aquellos pretéritos pasados de grandes escritores, artistas de pincel sobrecogedor e insignes compositores. Comparación no hay prototipos parejos, y turista habrá visto de residencia aquellas fotos ridículas cuyo enfoque acalla borregos curiosos y satisface a los viejos, pero permítame pulverice de buena fe su incultura, que yo le desentraño las tripas de esta metrópoli, dado es triada cuales aludidas barracas constan de salas y despachos, ¡quién habita!, las monopolizan comediantes y borrachos. Hay biblioteca, cocinas y restaurantes, y servicio médico de emergencia, por si dictador rueda en escaleras, o se pilla los dedos contra el marco de las arcadas, que mil percances sufre el patoso aforado, tiene fama de quejica y llorón el desgraciado.

Breve inciso es, porque mayor importancia tiene el poder dar homenaje a sus peones, comenzando por la respetable profesión de la limpieza, que ven sus mierdas y cuán guarros son estos fariseos, y sin embargo callan y cumplen por un mal salario, vergüenza debería dar a los contratantes vejar con ese menosprecio al honrado operario.

A este grupo incorpore las brigadas de mantenimiento, electricistas y fontaneros, de quienes la sorna pregona esquivan arcos y detectores con sus mazas y tenazas, alicates, taladros y otras herramientas, mas si en control tuvieran negligente decisión de no dejar pasar ¡ahí se joda el gerifalte!, con el grifo goteando, luces en vaga, pomos que no ceden, sillas cojas o baldosas vaya con cuidado el zar de no tropezar. Nadie quiere este infortunio, o al menos que lo reconozca en público, y por supuesto dicen ¡pase usted!, alfombra roja si precisa y cuanto sea menester.

"Miles de personas trabajan en la fortaleza sede de la dictadura"

Siga y sume, doncellas de cafetería, que en verlas usted muy probable pensaría es una orgía pornográfica, dado lucen cofia, vestido negro de falda hasta rodillas y delantal de sirvienta, cual personaje de cómic japonés o traviesa fantasía que su lujuria consienta. Su conducto auditivo capta auténticas barbaridades, y en corro cuchichean el martillo, el yunque y el estribo, ¡habéis oído!, claman estupefactos, ¡son líderes políticos enfrentados ante cámaras!, que sentados en la misma mesa del camerino establecen pactos que aprobarán en dos semanas, ¡créame!, los verá plasmados en absurdas leyes difundidas por alguaciles periodistas a toque de campanas. No son mudas estas señoras, y poseen, como ustedes y como yo, el don del habla, pero debe de haber sobre ellas algún hechizo, pues no sueltan prenda de las sandeces, en acuario sólo sermonean los peces.

Superan en largo trecho el centenar las subalternas, pero prosigamos con la visita, sigan la azafata paterna y venga a ver la magna biblioteca, encantadora y mágica, oasis en medio de aquel peligroso desierto, y cuyos estantes inmaculados atesoran joyas de incalculable valor a lo largo y ancho de sus varias plantas. Sepa hay libros favoritos para añadir el caudillo la medalla en su currículo, y hospedan cuales páginas rehúse el explorador tocar, ¡ni lo piense!, hasta no haber clausurado el bandido su postrero capítulo.

Buen recaudo tenía la bibliotecaria de este ensueño, aunque hablo de otras épocas, pues ahora son analfabetos, preocupados de su americana bien planchada, el nudo de la corbata aplicado con esmero, su cuco peinado donde no destaque cana bajo tinte, sonrisas de níveo dental en obsequio a plebeyos, ¡mas desconfíe de su envoltura!, por dentro son todo amargura.

En estos tiempos, el ágora interior transcurre horas en el inmenso vacío de la soledad, lejos de aquella bulliciosa pasión, y lectores enamorados de la universal literatura están en extinción. Sus butacas, mejorables por cierto sea dicho, acomodan nalgas de archiveros, procuradores y letrados, taquígrafa es la excepción, asesores y consejeros dignos de la entelequia infantil, buscando aquel fichero donde encontrar epígrafe o leyes o textos con que justificar desde los banales discursos hasta masacres ordenadas por orangutanes obtusos. Aun así, espere no deba volver el garrulo a escenario el día siguiente, por desmentir o puntualizar o enmendar o aclarar o precisar o matizar, que sus siervos incompetentes la han vuelto a cagar.

Resta por mencionar el grueso de personal común, cual desempeñan su labor con uniforme o sin éste, y en tal comentario no refiero vayan desnudos, sino llevan vestuario que a foráneos y extraños no les identifica. Indistinto es su atuendo, dado todos sin distinción son el orden, guardianes de quien cruza las puertas, ganzúa cerrada o abierta, veladores del cumplimiento en las saetas del reloj, centinelas del buen hacer y prestos en ayuda a quien se pierda o desorienta o pregunta cualquier estupidez, lances innumerables acontecen por rutina y cualquier ordinariez. Cumplen y no juzgan, son estrictos con la indisciplina, pero aclaro no son gendarmes, y tampoco son su concubina.

Los agentes de la ley son otro gremio numeroso, que en las cloacas hay comisaría, pero en sus tareas adjudicadas no aparece detener al totalitario por sus crímenes de guerra, ni a sus cómplices comadrejas, dado si tuvieran esta facultad estarían todos entre rejas. Se encuentran visibles en cada acceso principal, empotrados frente circuitos de video, y aun estando prohibidas en determinadas estancias no voy a desvelar si algún artilugio incumple la norma. Tan sólo reseñaré que en algunos recintos no se aventura a conversar ni gobernador, pues llevan las escuchas escondidas tantos años que, a pesar de ser factible con los artefactos modernos el éxito en su sabotaje, la maestría de aquellos genios las dotó del perfecto camuflaje. Descubrirlas supondría serrar muebles o derribar muros, y puesto se organizaría escándalo, es preferible hablar en otro ámbito antes que liarse en ese peliagudo bricolaje.

Confieso entre tanto ingente personal yo muestro predilección por informáticos, dado soy torpe en tales lides, y valiosa es su destreza cuando la tecnología se estropea caprichosa. No tienen obligación conmigo, mas altruistas son mi salvación, que gratuito me enseñan secretos y consejos, y decae si cabe un grado mi ignorancia gracias a su ayuda, pues soy negada en estos sofisticados aparejos.

Por el contrario, el periodismo en nómina son la escoria del patíbulo, y cualquiera de su actividad me despierta la máxima antipatía. Mangonean limosna y recompensas, se prostituyen desgañitadas cuales cacatúas domesticadas, y despedido puede darse quien ose quebrantar la regla sagrada del jefe mamón, dado cualquier reportero acreditado en este gigantesco templo sabe que su cometido se limita a contagiar las proclamas de tarado faraón. Es tal el asco sentido que con ellos me remito al parco saludo de una palabra por educación y compromiso, y de agregar otra frase hago caso omiso.

Fotógrafos son otro mundo, transgresores y agresivos, en el buen sentido me refiero, pues sus armas no son balas sino cámaras que inmortalizan cuyos instantes, sin su retrato, serían furtivos. Siempre hay alguien vigía de sus hechos, dado les dices que por esa zona no pueden pasar y por hacer la foto avanzan un metro adelante, y les insisten, ¡por favor retrocede!, y entonces alzan su material por encima de las caspas, ¡y es cierto!, ellos no irrumpen en hemiciclo, pero sí asoma fantasmal un equipo fotográfico, y una ráfaga emula vehemente un fusilamiento militar, ¡vaya ametrallada!, ha cosido al arlequín y al bufón y a la ministra mal follada.

Es como llevar a niños de excursión, ¡atentos!, que se pierden por galerías, entran en aposentos no autorizados, y la cumbre de la locura llega cuando el plazo ha expirado, dado les dicen ¡se acabó! y continúan cacharro arriba, apuntando a su modelo, y se remacha la orden, ¡vayan saliendo!, por quizá despistados u obcecados, pero en su retirada siguen estrujando el gatillo hasta cerrar por fin el pórtico, ¡qué alivio!, mas este es su juego que no causa daño, ¡al contrario!, se lo merecen los osos perezosos en su escaño.

Conductores del parque móvil avisto perenne en sus coches, motoristas son otros empleados, y el labriego de correos abate sus tediosas jornadas entre paquetes y sobres, ¡cuánto cobra!, lo necesario para seguir siendo pobres. Analizan las bolsas y la correspondencia en el escáner, y transporte del cachivache se dirige al área restringida de máxima seguridad, donde dicen las malas lenguas que se amaga un bunker atómico bajo esta ciudadela, con un túnel en rumbo a cuyo horizonte no alumbra ni la áurea de la candela.

Olvídese de muros de hormigón de espesor corpulento, que esta fortificación no tiene músculo de cemento. Esos cubículos cual les viene imagen a su cerebro son sólo cuentos para infante, pues el mortero es ínfimo papel para el riesgo nuclear que le transforma en un adefesio mutante. Detalles daré mínimos por convicción y sacramento, ¡déjeme pensar cuáles le desvelo!, viviendas en plural hay equipadas al completo en abismo bajo tierra, ocio previsto por si el asedio dura lustros que les encierra, criados se incluye del mandatario, y un quirófano de vital apremio cuyo equipamiento es la envidia de doctores en su barrio.

Yerra usted de lleno si esboza de la cripta un anodino cuadrilátero, ¡olvídese!, es la falacia del dibujante chapucero. Lea bien mi rápido repaso, que le cito cámaras frigoríficas, son de tal hercúlea envergadura que el bosquejo de su pluma estilográfica, de querer plasmar, sólo caricaturiza patochadas pírricas. Alacenas y hornacinas, despensas, bargueños y gavetas, hacinan ingentes cantidades de víveres, sacian la hambruna de regimientos desde verano al suplente estío, copados sus estómagos a rebosar de opulencia y fecundidad, y renovados periódicamente por no tentar a la fecha de caducidad.

Depósitos hay número confuso, con sus panzas ahítas de gasoil, litros a burradas sin tapujos por prevenir de energía si sucediera corte de luz, y en calcada precaución se preñan depuradoras y cósmicas calderas, pues el gas es ausente, por esa tragedia de explosión cuyo disgusto lamente. Agua no proviene del exterior, dado podría el enemigo envenenar la cañería y aniquilar sin dificultad, y en ser previsor perforó la ingeniería pozos y estanques a cuya profundidad ¡salga de la madriguera!, y oirá hablar en jerga forastera.

Penetrar en sus entrañas es aventurarse en un laberinto acorazado con todo el sorteo a su favor para perderse, ya que hay desvíos falsos sin salida, ¡pero descuide!, jamás se colará sin querer, que es imposible acertar la escotilla por la cual se baja, y cuadrilla en perímetro adentro no partimos en la rifa con ventaja.

Fuera del recinto, pues aquí hay micrófonos incluso en vestuarios, yo apuesto se disfraza de un armario, detrás de abrigos y chaquetas y mantas nunca lucidas ni por monaguillo o su horrendo vicario. Dicen otros se arrastra un mueble, donde el suelo se iza, aunque también hay quien asegura es un falso espejo, cuyo cristal no es reflejo sino cortina, y al teclear un código invisible la superficie patina.

En desgranar el listado completo renuncio, que se exclaman cuyas paranoias privadas compiten por ganar divertidas y disparatadas, pero corre otro rumor aún mayor, ¡cuál es!, el de vehículos que se escurren por sus intestinos durante millas, y defecan en aquel antro donde el adversario se empacha con filetes en las parrillas. No hay mapa de navegación, no existe náufrago que lo haya cruzado, y una élite entrenada salvaguarda aquel imperio de polizón osado. Somos inmensa multitud de artesanos que aquí nos desgastamos las botas, del año actual a prehistorias remotas, y entre todo el tropel reunido nadie puede dar constancia de su existencia, salvo cuya hidalga es la reina de esta gesta patriota. Entró a señal de corneta, y antes del alba reluciente regresó inmersa en aquella adorable bonanza de la liviana brisa marina que mece la cometa.

Ocurrió este épico episodio siendo ella joven, dotada de cuyo don exclusivo conserva intacto aún a pesar de su longeva edad, ¡mírela!, tiene su apariencia de sirena aquella fragilidad que le otorgaba el poderío de un alcázar indestructible, y por sus rasgos oculares de pantera, en región del ligamento palpebral lateral, los golpistas que enloquecían por salir en la pantalla boba le adulaban y cortejaban, ¡cuántos!, cifra mayúscula a diez, sabemos por ciencia matemática, deliraban de amores platónicos, mas la gata no despertó miedos ni sospechas en fisgones o zoquetes histriónicos.

Discreta es el mejor adjetivo para conocer su estrategia, y a data de hoy todavía nos preguntamos quién es, pues sabemos su nombre y poco más. No se hallaba en plantilla de mantenimiento, que su palma fina y tersa no tiene callos o asperezas, y tampoco usaba escobas o fregonas, dado su piel suave demostraba ningún manejo de jabones o esponjas, ¡quién es!, será masajista o secretaria en el convento de monjas. Bibliotecaria descarte, el periodismo detesta, gendarmes aborrece porque son una marioneta, ¡ni un agente sabe su apodo!, mas todos los varones la saludan al toparse con su esbelta silueta. No es cirujana, y sin embargo cura la tristeza, pues algún dignatario iba lloroso al psicólogo, y al verle de vuelta feliz le hemos inquirido qué tal ha ido con el loquero estafador, ¡innecesario!, contestó, ¡que me ha sanado la princesa y su diálogo!

De cuya hazaña legendaria atañe esta exposición, hada nunca ha revelado secreto alguno, no ha descrito ni una pulgada de si hay diseño de alicatado o pigmento de las paredes, y entonces dirá usted ¡cómo narices sabéis que entró!, llegó la intrusión a tímpanos extranjeros por aquellas carambolas que el biógrafo, sin querer, encontró.

Casualidad no existe, mala suerte es la excusa de perdedores y mentirosos, y quiso el destino aquel día exacto, en hora precisa y mismo lugar, coincidieran tirano y damisela en camarote del que nadie se puede fugar. De señorita se ignora el cómo y el por qué accedió, y de emperador sepa organizó, en pasado calendario, carnicería de ancianos que quiere borrar del almanaque el ibérico diccionario. Exterminó a miles y por doquier, pero la jugarreta propasó sus irrisorias aptitudes, y ante alarma de magnicidio no se supo de su paradero, amagado desde una noche azabache hasta la aurora de cuyo tercer amanecer volvió a nacer el apestoso rastrero.

"Tirano y damisela se toparon en el refugio atómico"

De su encuentro trascendió que semejante criminal, sorprendido y asombrado, no se enojó. Acompañaba al autócrata dos simios de su máxima confianza, y por hipótesis que cada mendrugo expondrá la suya pidió quedarse a solas con aquella melosa en solitaria alianza. Ambos mamelucos marcharon, aunque del duplo un intrépido llanero quedó en lejanía oído avizor, ¡qué haces, temerario!, las represalias son inquisitorias si le descubren con estupor.

Cháchara vespertina versó de octogenarios, añejos de faz marchitada que, con esa fonética turbada por cuya guadaña le pisa los talones, protestan y se quejan, ¡abuelo, qué ostias pía!, agradezca que aún mastica su plastificada dentadura, le da por triturar los garbanzos y la verdura.

Frase es deleznable, ¡adivine en dichos términos quién hablase!, mas si su dureza le entristece sírvase al comensal su postre, preso su pueblo zángano y majadero en domicilio carcelero, machos cavernícolas con sus cónyuges amenazadas, dinosaurios dementes y menores inocentes, crónicos pacientes que les oprime sus dolores ardientes, pero hijo de puta así lo quiso, y la muchedumbre remató su guiso. Aquel quien optó por desobedecer, sus chiflados gritaban desde balcones, ¡vuélvete a tu chabola!, son los mismos secuaces que a las ocho en punto palmotean como focas amaestradas y repican la cacerola. Comercios cerrados, calles inhóspitas patrulladas incesantes por matones armados, ¡qué coño hacéis en el salón, putos pringados!, vuestra modorra permitió este suceso, ¡de cuál hablo!, ése que condujo a una mártir hasta su funesto deceso.

Ocurrió en onomástica de estrofa patética por aplausos, morsas en sus témpanos de hielo aleteaban el residuo contaminado de su idiotez. Dictó tal aberración un esbirro grotesco y soez, estallaron sus ecos por loros esclavos desde el barrendero al Juez, y mientras la chusma hipócrita garabateaba la mayor deshonra de nuestro mamífero vertebrado, contó el asesino que lunes patrulló, en carroza de incógnito, con dos escoltas la capital y periferia, desde los distritos ricos hasta las ciénagas de miseria.

Quiso comprobar en directo el compás de la vida embargada, romántico a flanco idealista y cruel para su antagonista. Jamás había vivido nada similar, ¡ya puede descifrar elenco de sinónimos!, que en aceras no pisaba viandantes anónimos. Impresionaba el silencio esplendoroso, los claxon y las bocinas callaban su chirrido infeccioso, esas odas queridas se derretían hundidas, ¡menuda catástrofe!, y pensar que se pudo evitar ya es demasiado tarde, pues se ha cruzado del monte su precipicio limítrofe.

Viendo aquel bucólico ambiente de corderos en su rebaño, estampó por su expresión la felicidad por colofón, pero de pronto, en una esquina cuyo membrete de pronunciarlo da mala espina, confesó que surgió una chica, ¡cuál es su alias desde bautizo no se sabe!, pues Juzgados no han buscado, prensa no ha preguntado, y turba burda ni tan siquiera se ha indignado.

Molesto por su desobediencia mandó a súbditos acercarse y preguntar, ¡qué demonios hace, chiquilla!, pues está fuera de su hogar. Pasear por la orilla ha prohibido, trivial es aducir de su memoria ha caído en el olvido, dícese de la libre arena o el alquitrán que la urbe encadena, y exhortó el capullo, ¡dígame su argumento!, por ofender con semejante barullo. Coartada fue aquella tesis que la basura no recita ni en su íntimo murmullo, ¡qué asquerosidad de zoológico!, esta generación es un ciclo anómalo y patológico, mas aguerrida expuso alegato que yo rubrico, añado por calificativo al espantajo el rango de genocida, que se dotó de infames detectives para perseguir hasta la bebé recién nacida. Por el columpio andaba su madre, y un pitufo polichinela la reclamó con aquella modulación de un caniche que ladre, ¡buenos días!, le dijo a portadora de la retoña, ¡tenga su multa!, y vuelva a su choza o le destrozo su grácil carantoña. Tráigame a ese inmundo batracio, que yo lo persigo a perpetuidad, y si lo encuentro el veredicto que aplicaré será galardonado para la eternidad.

Percibió la rapaz el panorama desértico, carente de alma caritativa que le pudiera ayudar, ¡qué hago!, se preguntó, pues si esperaba socorro se puede despedir de celebrar su próximo aniversario, dado correrá idéntico desastre al del vetusto centenario. Miró a babor y estribor, ojeó a proa y popa, y el granito tostado a los rayos del astro febo inquirió extrañado, ¡qué ocurre!, me faltan cuyas sombras perturban inacabables toda la jornada solar, y el aleteo de insectos o mariposas es parco para consolar.

Pretendió darle incidencia al mosaico, pero aquel engendro bajó su ventanilla, e indicó a la desconocida subirse al carruaje con timbre prosaico. Negativa fue rotunda, ¡al volante hay un chulo novato!, y al emprender carrera a la huida saltaron sicarios del carromato. Dos carriles habían atravesado, justo en el instante que, como si fuesen un tigre hambriento, se abalanzaron sobre gacela indefensa. En cuestión de pocos movimientos lograron afianzar sus manos esposadas a la espalda, y sordos a protestas virginales la subieron a la carreta, ¡cómo!, teniendo por violencia su treta.

Apenas estratificó la ninfa su huella sobre la moqueta que, gélido cual glaciar embiste a la deriva, oprimió a la bella su gaznate con esa alevosía de la alimaña salvaje y corrosiva. Pálida e incrédula, creyó aflojaría la presión en su garganta, pero al seguir ciñendo la tensión tuvo por incertidumbre el australopiteco va en serio, que los síntomas son preocupantes, ¡fíjese!, presenta un tono amoratado en el moflete, emite un graznido afónico que emana de su tráquea, y cocea cual imberbe se enoja por el castigo de sentarse en el taburete. Desprende la visión a fogonazos borrosos, y justo cuando el fuelle silba exhausto soltó el troglodita, ¡apuró el vándalo!, aunque hubo ese margen donde la zagala resucita.

Tiritaba desconsolada la vasalla, ¡dónde me lleváis!, interpeló a los soldados satánicos, ¡que yo vivo en suburbio septentrional!, y la ruta por cual circulaban ya había rebasado la frontera del eje meridional. Torcieron y vivaron y zozobraron como pesquero al azote de un huracán, y una reflexión se exclamó desde los cartones que es mansión del mendigo ermitaño, ¡a la detenida le están haciendo daño!

Condujeron hasta palacio, estacionó su chófer ante escalinata pulida, y cámaras de seguridad grabaron al mequetrefe de perfil, ¡parar!, ¡lleva cortesana recluida!, que por la batalla tendrá corte o hematoma o alguna lesión, mas nadie maniobró en contra del abusón. Había deliberado el macaco un conciso ¡llevarla a la parcela!, y sobrepasada por los acontecimientos gritó la rea con ese exaspero de cual deudor o empresario la mafia le secuestra, pero el blindaje impidió captar homilía que confiesa el agravio que le defenestra.

Describió el malvado que llevaran su efigie a una inmensa finca privada, cuya extensión duplique una legua de este a oeste, rote el ángulo recto de norte a sur por completar geometría, y todo el terreno se acordona por una infranqueable muralla de podada simetría. Tras sus hectáreas, se expandía un océano arbóreo, fósiles olivos, encinas desterradas de sus dehesas, alcornoques con sus ramas vestidas de hojas coriáceas, cinco dioicos algarrobos cuyo fruto amaga una pulpa gomosa de sabor dulce y agradable, una morera aledaña de la cancela cual otorga la fresca tiniebla a visitantes o habitantes, un olmo caducifolio de porte henchido nada humilde, maleza hirsuta a su saya, conejos por la pradera, y corzos por cuyo coto, en sus mañanas de caza, despierta incluso a quien padece el rigor de la sordera.

En el centro de este paraíso poseía una bonita cabaña rústica que, algún festivo si se tercia, invitó a la dama visitar, en su monólogo por inercia. Su respuesta fue a cuyo cándido volumen no alcanzó a discernir el cotilla, y la fábula aquí sólo sabrá, si acaso había por el fanal, cuya araña teje su red con cual capturar a la ilusa polilla. Volvió a escuchar justo al inicio del poema posterior, cuando oyó que al mediodía fueron sus hombres a buscar al depredador, y del itinerario que descubrió acentuó el tinte glauco de colinas hurañas, planicies de trigo con su espiga larguirucha que le rememoran a la flacucha, escarpas que las extinguen se yerguen a las montañas, mas al descenso por la vertiente a sus antípodas se origina un contraste impactante, a su zócalo se desparrama un terreno árido y secante. Al continuar se topa con un cráter, ¡cálmese!, es orografía del globo terráqueo, y el embudo en espiral que le engulle no es ningún volcán. Hilo asfaltado, bruma que le persigue es el trasero de su automóvil, y aunque estará cansado del viaje tenga la certeza que resta poco por la vereda siniestra, ¡cuánto falta!, rebasada la gasolinera vire en el primer atajo de cabras a su diestra. Vaya despacio, o deberá volver marcha atrás, y si ha obrado correcto desista en pisar pedal a fondo, la senda está repleta de rocas y regateras, y va a dilapidar sus frenos y ruedas delanteras.

Trepa y desciende el trayecto con tanta asiduidad que ya no sé si el continente hace pendiente o cuesta abajo, pero son enanos rasantes, típicos de esta comarca peninsular, y sorteado tanto dígito como para exasperar la paciencia se torna el arroyo plano, conduzca cuyo contorno ya no da giro, linda la valla quemante a ribera del caminante.

Cruzado el umbral, aterrizó sus zapatillas deportivas en la tierra polvorienta, rodeó la morada que amaga del saqueo patrimonial un extraordinario retablo, y se dirigió a cuyo envés emerge el ancestral establo. Hay corrales de aviario que son la envidia de arisco ganadero, con gallos fatuos y gallinas como un cencerro, ¡por qué lo digo!, es debido al despuntar el atardecer, ¡mírelas!, se acuestan sobre tablones curvos de madera, ¡admirable!, duermen encaramadas sin partirse la crisma en un malabarismo impecable.

Al otro lado del tabique, previo separar las cuadras el espacio cabal por correr el viento en estrechez, emergen caballos preciosos, pura sangre árabes cuantía no sé precisar, raza andaluz sí conté hasta el quinteto, y un semental que de uso exclusivo goza para él sólo tan largo y ancho de dos piscinas olímpicas, ¡póngale la yegua!, y verá la diferencia entre un increíble portento y un baboso paleto.

Tras cobertizos de los potros apegados a su vientre materno se aprecia un roído portón de madera, ¡que estúpido resultaría cerrar con llave o candado!, pues una simple patada reventaría en astillas, y que da paso a cuyo techo cobija cerdos que, en versión urbana, equivale envasado a mantecas y morcillas. Es innegable la mugre, echados en el lodo, escarbando con su morro charcos repulsivos y esa atmósfera invadida de un gas asfixiante que quita los apetitos, ¡huélalo!, y coincidirá conmigo a que es aroma análogo en pesebres de cabritos. Irrefutable es, y raso remedio al desapego que sus prejuicios le avergüenzan es mantenerse a prudencia, que no es mascota por acariciar, dado muerde si alguna lerda mora desprevenida, y ventanas otorgue su ventilar, pues de obstruir la celosía a muerte los va a condenar. No sufra por aves, golondrina y cuervos prefieren otros rincones de lujo, y de los insectos es usted quien ha de tener por su propio cuidado, que el marrano ya sabe por sí ser procurado.

Cupo es de doce hembras petulantes que exigen mimos excesivos, aunque el delito de tanto arrumaco es erróneo achacar a estas brutas, pues si aborrece su gruñido ¡suéltelas en los pastos que cepilla la campesina!, junto delicias de bellotas e higo chumbo es alegre la gorrina. Por supuesto no cometen tal imprudencia sus propietarios, sino engordan con el beneplácito del burócrata y el veterinario, y en los chorizos o salchichones o lechones que se hienden los dientes es viable distinguir al culpable, ¡ahí está!, es el homínido sanguinario.

Un estrecho cañón discurría entre altas tapias de las piaras, que son animales grandes de morro tramposo, y si avanza diez zancos apreciará excavado un lúgubre hueco, ¡es siamés a catacumbas!, cual conduce a otras pocilgas dignas de las magníficas mazmorras para tortura medievales, ¡todas vacías de huéspedes salvo una!, ¡allí!, en lo más hondo de la noche absoluta, donde se hallaba prisionera la sacrílega tachada de prostituta.

"La anónima muchacha denunció ser violada por sus gorilas"

Encendió el avaro fulgor de una sórdida bombilla, y el espectro lóbrego que tatuó mejor hubiera sido mantener esa opacidad imperturbable, pues se vio la chica desnuda, con su pelo alborotado en un océano de remolinos, subyugada por grilletes, y su cartera desvalijada sin un fajo de billetes. Tenía los ojos encendidos por ese rúbeo de la lava, sucia y maloliente sin opción de ir a los retretes, y tumbada dentro de cuyas celdas de cochinos no superan la vara de anchura, momia supina de longitud y en altura fracasa el coronar la cintura.

Aterrorizada y en lágrimas desecadas, gritó al ver el ogro fiero, ¡tus granujas me han violado!, con esa impunidad y desprecio que no hay pócima para ser borrado. Es irremediable las cicatrices de su trance espeluznante, tal vez sirva de analgésico la misericordia y la empatía, pero parásito se jactó con pérfidas risas que cualquier gusano reprobaría, y pincelando su famoso pliegue risueño miró a sus secuaces para felicitar su fechoría.

Pasmada la magullada, prometió derrocarlo en una sarta de improperios malhablada que no es compostura de huérfana rehén, dado juró arrancarle a tiras su leproso pellejo, y fantoche se quedó perplejo. Con un grito ignominioso interrumpió sus horripilantes vocablos, y cual cretino corrupto ha votado una jauría abominable pronunció cuyo epitafio resumo en letrero siguiente, ¡de ahí no sobrevive la insolente!

Apoderada de un miedo indescriptible, estalló en demandas de auxilio, pataleó contra los hierros de su calabozo, pero su pánico chocaba ante la apatía de aquel pazguato con su cariz de yerno gentil, ¡miente!, es un personaje que se comporta como un sádico febril, ¡juzgue al vecino por su lustre y porte!, y verá su ilusión resquebrajarse de un enérgico corte. Si persiste incrédulo vos, ¡escúcheme!, retroceda a cuya era tardía se divisa cercana, ¡cuánto atrás!, me dirá, hasta esa agenda de progenitores perturbados, que exhibían por andenes y colegios sus párvulos enmascarados. Yo acudí por comprar a supermercados, y a dependienta que me prohíbe el paso por llevar descubierto el hocico le clamé piedad, ¡urge la hambruna aplacar por necesidad!, mas la bruja me contestó, ¡váyase al infierno!, que con su jeta desvestida lo rige el gobierno.

Al marchar me topé con agentes a lindar del bazar en quiebra, duerme un indigente sobre una sábana con las rayas de cebra, y decaído les ruega un donativo, ¡ha de comer por caridad!, y sanguijuelas le entregan una multa por generosidad. Marchan en dirección siberiana, y los impúberes y angelotes huyen aprisa de sus juegos en toboganes, ¡qué ocurre!, han vislumbrado su logotipo en chaflanes. Se amagan tras contenedores o motocicletas, ¡y bien que hacen!, pues son la bazofia que apiló yayos desvalidos en habitáculos minúsculos como bultos proscritos, ¡por qué!, es por los mataderos que han regulado sus ritos, y con el proceder de este sapo trastornado hay miles de muertos y oxidados, ¡lástima!, se acabó para siempre su retiro relajados.

Un sentido común equivalente al de un caracol o una cucaracha haría que cualquier ciudadano, indígena o nómada o peregrino o aldeano, tomara cartas de inmediato en el asunto, pero repase si quiere los vídeos en el devenir venidero, que las protestas o manifestaciones o denuncias encontrará en cuya cuota permanece anclada en cero. Apelativo cual debería de anotar para la inmensa legión le dejo a usted rellenar la casilla en blanco, pues los gaznápiros se mantuvieron vegetando sobre tablillas de banco, mas si por débiles y amados no hacen nada, ¡díganme!, por qué diantres deberían de motivarse ante una pecadora que reniega de la zafia camada.

Prorrogaba raptada aquellos terribles aullidos sin pretensión de poner final, ¡sácame de aquí!, imploró exasperada, e intercalaba en la oratoria blasfemias que sacaron sus cuadernos los camorristas, ¡anota!, es válido para magistrados y abogados y ministros y sus coristas. Quedose entonces en mangas de camisa el zopenco, arremangadas a friso del codo, y con aquella templanza que esgrime caballero feudal en lanza asió una manguera, serpiente anaconda desde la válvula a su abertura, y a presión apuntó sublime caudal a la muchacha sin un ápice de censura. Bombardeó el torso y el dorso, del pabellón auricular al glóbulo ocular, y al inundar su manojo de cabellos cayó el torrente por la frente, de la pantorrilla a la coronilla, en tal descomunal diluvio que digo yo pretendía el subnormal empantanar el suelo, pues a ese ritmo saldrán en barca del mausoleo.

De haber proseguido, la hubiera ahogado, dado tosía la cautiva por el agua filtrada en las vías respiratorias, respirando a bocanadas por insuflar oxígeno que le apremia, y con el diafragma que triplica las idas y venidas rotatorias. Todo su ser se agitaba cual terremoto por la caída de corporal temperatura, que debilitada perdía su bravura, y de no traer raudo toallas enfermara resfriada, ¡qué importa!, vociferó el felino, no trajo leña ni estufa polar navideña.

Decidió divertirse cual felino con su roedor, y dentro de un antiguo arcón, sito en un cuchitril entre aquellos parapetos y con capacidad por acumular un tanque, tomó telas y cinta que por su exuberancia dan vértigo, pues tejidos de esa fibra no absorben la humedad, y del adhesivo es disparate tal utilidad.

Tuvo otra misión, del trapo formó bola redonda cuyo diámetro superó a pelota de tenis, y abrir la boca le ordenó cumplir y no discutir. Valiente se negó, cerró los befos, selló encías, y al traspasar balón perverso las verjas angostas agitó la manceba violentamente el cráneo de un lado a otro. Obligó al verdugo emplearse con saña primitiva, ¡estate quieta!, rebuznó desquiciado, que por las buenas o por las malas la bola colocaría en el centro de ambas comisuras, pero en retaguardia topó con muelas que no cedían ni una pizca de hendiduras.

La férrea resistencia por negarse a dilatar mandíbulas ocasionó secuelas, pues en la tremenda presión le arrancó un diente de raíz. Yo voto que fue alguno de los incisivos, bien podría ser cualquiera central o a su cada lateral, en la bóveda o la almena inferior enarbolados, dado su delgada forma de cincel es endeble para ser golpeados. No descarto los caninos, puntiagudos y afilados, vínculo inequívoco del ser humano con nuestro signo carnívoro, y el resto, premolares, molares o los cordales a juicio, ¡arrogante llámeme!, pero doy por descartado, aunque indistintamente cual fuese no olvide que cayó por la estepa de aquella sepultura, el no lograr encontrarlo es justicia sagrada a su deplorable travesura.

Opositora salvaguardó lacradas sus fauces los novicios embates, pero a base de sitiar y herir abrió la quijada, y en tal fatalidad introdujo la textil esfera, bergamota madura y severa, copando toda su cavidad bucal. Dilatada hasta casi desencajar el maxilar, usó el esparadrapo pegajoso por aplastar los hemisferios de las mejillas del ático al antártico, tapando los pómulos sin fisura desde mentón a ribera del arco cigomático, y bucle concluyó en la octava circunferencia del trapecista acrobático.

Mezquino se mofó del balbuceo ininteligible en su dialecto producto de la mordaza, ¡hablas con la boca llena!, replicó sarcástico, pues su idioma era una composición de alfabeto reducido, emes un montón y efes a la zaga en el liderazgo, vocales de las aes y oes berreaba hasta el hartazgo, y orfeón componía aquella frívola í latina que inunda la sinfonía de los tortolitos en el noviazgo.

Adulzorados por esa oda, dio por edicto poner a la víctima pecho en tierra, y a los rufianes adjudicó sustituir por cuerdas las esposas de esa perra. Operación se procedió a través de los barrotes, dado disponían de extraordinaria cercanía por ser constreñida la trampa, y en el lapso que se tarda en tartamudear su parpadeo reemplazaron el aro de las manillas por el cáñamo que en sus muñecas acampa.

Se deduce usó de sogas en cuyo monto desestabiliza la báscula, diría a cálculo aproximado una fanega de cebada indudable, dedicó veinte minutos y añada adicional en culminar su atadura inexpugnable. Cernícalo no especificó pormenores de los amarres, pero sí se sabe culminó con la moza colgando del techo boca abajo, con las piernas atadas en cuyo posado me podrá entender si le pido imagine una uve invertida como caligrafía de sus extremidades inferiores. Fijó las ligaduras a una viga, con su melena que pendía tal cual zurcen las estalactitas, distante un palmo de estrellarse contra pavimento, y por sinfonía sonaban inagotable el aria amordazada de su tormento.

Contaba la anécdota que la chica mostró un glorioso coraje sin precedentes, bregó con sus brazos petrificados a cuenca de su columna vertebral, y en el fragor de su contienda se escuchó un petardo, ¡qué ha sido eso!, dado el chasquido ha provocado la carcajada del bastardo. Estruendo correspondía a la rotura de un hueso, puede ser de tanto brío el húmero un candidato, o el cúbito por la chistera o la diáfisis o el estilóbato. A sospechosos adjunto el radio por ganar su campeonato, aunque versados en anatomía esgrimirán puede ser un tendón, o los ligamentos de alguna articulación, ¡quién sabe!, ningún forense certificó fractura ni diagnosticó una leve dislocación.

"Torturó a la chica atada boca abajo"

Suspendida como un mero fardo al vuelo, bárbaro celebró su victoria mientras forcejeaba con ahínco y tesón la chavala, pero con los nudos que atrancó herméticos resultaba baldía su guerra, y la clemencia no se engloba en las virtudes que la bestia avala. Rendida, desbordó un rosario de sollozos, ¡intuyo pide príncipe al rescate!, mas los imbéciles ni acudieron a la taquilla, ¡hágame caso!, y ponga en su rancho un rótulo donde se deniega la admisión a una especie invasora y pardilla.

Morir habría sido un regalo, que hasta la postrera defunción había un enorme trecho, odiado por cuyo dolor y angustia es insoportable, tanto para vivos erguidos en cerámicas como moribundos postrados en su lecho. Demuestra categórico esta sentencia que el gamberro tomó un sórdido juguete con la estructura de un pepino, ¡qué hizo!, allanar el sacrosanto camino. Sus jadeos habrían conmovido al buen samaritano cuando violó su biografía, pues al profanar sin permiso desgajó las vetas de la mina, pero ajeno a su calvario hundió aquel instrumento a casi pinchar la cueva uterina.

Vapuleó la hiena con ese frenesí homicida que se emplea para triturar uvas o machacar los ajos, y la comparsa de caricias se restregaban como la mayordoma que frota con los estropajos. Gemía que se percibía nítido el ir mal, y a pesar de los avisos friccionó en tal rabia que la platea ovaciona y aplaude, ¡vergonzoso!, su gilipollez me recuerda algún mítico fraude. Seguía, ¡sí!, ascendía y sumergía adelante y atrás por el arrecife con tal ruda práctica que se percibía en el mortero manchas de sangre, ¡para ya!, ¡payaso de los cojones!, calaña de tu nivel jamás debería dirigir naciones. Despedazó toda flora y fauna, y la siembra que cuajó eran heridas nefastas, de aquel pavor que el marchante y comerciante rehusaron su puja en subastas.

Paliza cumplía ya el cuarto asalto, en tal somanta que la esperanza achica, y obispo que en su tinglado se ha montado el chollo universal acondicionó la farsa de los ramos y salmos que, en su embustera teoría, el dolor santifica. Banquete y esquelas puede aplazar, dado con razón se queja, pues fluye un torrente de cascada bermeja, erupción surge contiguo a la sínfisis púbica, resbala por la corteza del ombligo, empapa el cuello y se pudre por el lago que imita de la liebre su degüello, pero aunque le cueste de creer resistía la soprano, ¡maravilloso!, llegó a musitar aquel compositor que detuvo su pericia con el piano.

Procedió la inmunda sabandija con mayor celeridad a su abordaje, y concurrentes en la grada vieron a la boxeadora aplacar las pestañas por tanto ultraje. Se balanceaba cual péndulo liviano, murmuraba en un arameo extinto que se requiere de arqueólogo traductor por descifrar parágrafos, y al hallar el intérprete fue taxativo, ¡carecen sus bramidos de significado literal!, dado son espasmos guturales por un estropicio letal.

Maniquí que aún latía fue su laboratorio de ensayos, ¡de qué va el experimento!, es con ése utensilio truculento, que bucean en su hoyo seco y rasgado por ver hasta dónde llegaban, picaban cual cantero cincelaba la piedra con martillo y punzón, y al cansarse su índice o anular o todo su séquito entregó pértiga a su lacayo, ¡árbitro!, ¡a turnos es ilegal!, que el ceporro imita chapucero las embestidas del papagayo.

En velada pugilística jamás hubo tunda de tal magnitud, y vanagloria se merece la heroína con su actitud. Fue tal la epopeya que chimpancé entró en cólera, y agarrando una estaca de tres palmos de largo, punza cohete, contorno redondeado y muy probable infectado, introdujo por el ano, y clavó con ese ímpetu que es impropio de un depravado rácano. Perforó vísceras y órganos, y el jadeo lánguido decayó inexorable en sus decibelios extenuados, pero debió de ser por el instinto de supervivencia que del vivir se negó a dimitir. De todos modos, suspiraba entrecortada, con las riendas pulmonares allende de estos mares, mas amaba ser grumete o marinera o capitán, ¡y ahí soportó!, las extremas picotadas del gavilán.

Su vigor siguió adelante, y aquel lunático se llevó su derrota transitoria, dado he de notificarles que se franqueó la moribunda divisoria. Chorreaba cuya pócima es tesoro, ¡quien derrama litros paga más caro que tasado oro!, y aunque seguía en vida hágase la idea ya en mente, que pronto yacerá inerte la doliente. Si acaso es vos de quien confía en algún milagro, sepa que la aporreó en estos instantes con una barra de acero como quien le arrea a la piñata, descuartizó su esqueleto a cachos, y desde el anfiteatro le alabaron la tropa de sus fanáticos mamarrachos.

Seguro se estremece con tal macabro guion, ¡cómo he de recordarle es ficción!, pero vigile con su entorno, que mueren desamparados rodeados de inmundicia junto portales civilizados, ¡nadie les da manta o bocadillo!, y han de vigilar al psicópata que acecha con el cuchillo. Tenga otro ejemplo, ¡séase un malhechor a robar!, y habiendo un cliente agobiante por comprar llegó el atracador, esgrimía el filo de furiosa navaja, ¡dónde se ha metido el feligrés!, ya puede buscarlo a conciencia, que ha optado el majo por la fuga y ausencia.

Casos hay por ilustrar un millón, que nuestra estirpe es un filón, y si quisiese relatar cada situación ha de darme un cronómetro sin conclusión, pues cuando se cumpla de la efeméride una centuria habré escrito tantos folios que equivaldrán a un mísero renglón, ¡mas es curioso!, que tengo una reflexión, ¡por qué se escandaliza de mi invención!, y a la vez se comporta indiferente ante esta real cuestión.

Rumie si quiere desde aquel sofá donde postrado por desidia y cobardía autorizó al diablo un crimen inimaginable. Estocada en la cobaya fue clavar por su cuerpo unas maquiavélicas ventosas circulares, incrustadas mediante púas cuya longitud y punzada es gemela a las espinas de un adulto zarzal, repartidos desde los tobillos a los colmillos, de costillas a patillas, desde falanges que cimbrean con la jota hasta el tejado de la cocorota. Todos esos armatostes estaban unidos por un filamento de cobre a una horrible batería que, accionado el botón en marcha, creaba cuyas descargas eléctricas hacen cantar ópera a los mudos, y si usted no ha contemplado nunca bípedo achicharrarse ¡yo le ilumino!, desprende un humo que pensará es calcinado, pero al principio es líquido evaporado, mas a tope de vatios la grasa se abrasa, la dermis se derrite, y huele a pollo quemado. Expele un llanto que es involuntario, tiene el mismo valor emocional que arrancarse crin de la nariz, y el duelo de la musculatura son convulsiones espontáneas, ¡para nada son momentáneas!, pues aun difunta gesticula, son las coletillas de una rebelde partícula.

No obstante, alguna deidad debía de haber en el panteón, pues en medio de la niebla y el putrefacto hedor de hamburguesa carbonizada, tomó pulso por comprobar latido de su corazón, y al percibir su retumbar el neandertal perdió su degenerada cordura, pues de reclusa no logró doblegar su bravura. Desequilibrado incautó pistola de su compinche, calibre es intransferible de un específico colectivo, y descerrajó a bocajarro hasta expoliar pólvora en el bombín, ¡qué hicieron los presentes!, exultantes estaban la piraña y el chivo.

He aquí la patraña, y una parte de mi espíritu ensordecía por desdeñar la habladuría, pero debe de ser esa área chismosa y magnética, o el raciocinio por genética, que repliqué disconforme en la jácara concluir, ¡al engranaje de la narrativa le falta alguna pieza!, si son cilindros y tuercas me encargo yo de la proeza.

Alerta se dio de avería al mecánico, ¡cuál es el problema!, dijo el labrador, ¡que detecto incongruencia!, y al querer saber dónde le expuse, ¡en la crónica que cotorra propagó el mito por el pico! Explicación dio la sucesiva el paje, que no había terminado la conversación entre déspota y la hermosa cuando de malandrín fue descubierto su espionaje. Llevado en arresto a un claustro aparte, donde luchadores de élite custodian tácitos las confidencias de aquella isla escondida, explicó el delator lo sucedido a parroquianos, cada letra, cada carácter, en sus símbolos y grafías, ¡pero cuidado!, también un ajeno, desde vestuario colindante, oyó todo su galimatías. Alcahuete reveló lo oído por pretencioso y vanidoso, y de ahí se enhebró la cadena en adelante con, tal vez, algún invento vulgar y morboso.

Con parche consideró me sobra por satisfecha, ¡deténgase, listillo!, que tengo congoja por otro tornillo. Dícese del testigo y espadachines, quién son los tiburones y los delfines, ¡fiambres yacen en los confines!, pues soplón fue llevado a la alcantarilla, y seductora fabulosa fue la última persona que lo vio compungido, ¡dónde iba!, seguía cuya flecha apunta a la capilla. Ocurrió antes de cruzar las manecillas del carrillón cuya estación les casa en franja horaria, y al viernes se difundió que verdugos y cacatúa se hallaron muertos, ¡nadie lo vio!, fuesen búhos o tuertos.

Tras asentir efímera con mi calabaza, volví a la carga, ¡he observado otro desperdicio!, que en algún sitio habrán cavado tumbas, dado de ubicarlas en huerto me saca de quicio. Veloz el técnico su jeroglífico le corrigió, ¡desaparecer es sencillo!, pues basta colocar el despojo en cuyos sarcófagos se metieron en la hoguera, y prender el horno cual lava volcánica a esa canícula que los huesos incinera. Rezaba el informe del tanatorio que la causa oficial resultó ser un virus de laboratorio, ¡crease vos la versión!, mas por refutar las pruebas se destruyeron, son ceniza en el crematorio. Recogido el polvo, lo puede arrojar dondequiera, que por la lluvia o el viento será borrado, y así concluye este perfecto espectáculo del mago falsificado.

Hábil remendón regateaba todos los desafíos, y ya aspirando a la matrícula de honor para el examen retorné a formular interrogante, ¡óigame!, por qué cacique opresor dejó salir a la campeona del escondrijo, mas viró su semblante a bujías y roscas y de alambres un amasijo, y tajante contestó, ¡quién ha dicho sea veraz! este embuste locuaz.

El desconcierto natural me asolaba, pesadillas afligidas por noches de mal dormir, e incapaz de reprimir mis impulsos me acerqué un martes a titánica mujer. Destilaba un aire anémico a la par de imbatible, y con el trino trémulo le rogué me despejara de la incertidumbre su autenticidad. Firme y decidida respondió que, de ser verídico, en nido descrito ha de haber un colmillo, su paradero ven a diario hierbajos en ovillo, y si ha leído sin susto, centrado en lo que se ha de fijar, su misterio sabrá solventar, aunque cabe esa habitual posibilidad, tan execrable en la fétida humanidad, de no querer leer la cruda realidad.

Divagación mía por acabar es el convencimiento de que vos no da crédito a mi credo, ¡y yo lo asumo de acuerdo!, pero si fuese el asesinato verdad, ¡a quién ejecuto!, al político o a la sociedad. Por cuál yo me decanto, en el autoritarismo atroz de la dictadura sanitaria, oculto sabiamente por precavida, ¡mas no se preocupe!, jamás he firmado tregua ni paz, y si ha leído concienzudo mi relato, subrayo se habrá percatado de mi respuesta esculpida.

 

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