Historia que vos va a leer transcurre en un taller cuya fachada exterior es de un semblante apacible, con su faz pintada de un dulce añil, visera del umbral con un augusto arco de carpanel, aldaba en la cancela que estremece el corazón a su golpe contra el roble macizo, y una cerradura que, al ceder su rotor por permitir giro del pomo, avanzo esos zancos que con templanza sincronizo.

Saludo que tercio lo dedico a cuyo individuo despeinado se muestra adormecido, pues sus greñas alborozadas esbozan unos tirabuzones enrevesados que se necesita de rastrillo para su lustre embellecido. Pestañas alicaídas emiten un parpadeo amargo, y asumo sin haber de investigar que he pillado al tipejo haciendo el vago. Jirafa espigada, muestra ser dueño de un músculo endeble, una joroba que compite con el camello fruto de su desidia y apatía, y los gestos holgazanes ya me advierten que toda la jornada tendrá esa conducta indeleble.

Del ambiente en su caparazón me llama la atención su solemne soledad, tiene aquella resonancia que anhela el obispo con adoctrinar desde el altar que reza, pero en su cuchitril se sustituye el estrado por un mugriento sofá donde alimenta su pereza. Sábana desplegada sobre el cojín da la noticia de que lo usa por cama, fogón tiene donde se ha de calentar potingues y porquerías, y los platos sucios son la señal que puede haber nocturna aquella incursión que coronel de las cucarachas trama. Hijos ni pregunto, que se nota es soltero, y con aquel decorado propio de un estercolero sólo se acostara con furcias en su rango de putero.

Gentil me invitó a su jarra de cerveza, y en el rechazo a esas pócimas asquerosas por abstemia sacó de su minúsculo frigorífico una bandeja cual contenía aceitunas y cereza. Desistí también pues vengo con la tripa llena, ¡y vaya a saber!, quizá se han caído por cuyas baldosas han suspendido en el examen esa cuestión que aprueba hasta la vieja boba, ¡cuál es!, versa sobre el uso que se le da a la fregona y la escoba. Sillas son todas distintas, y tal repertorio indica que ha ido saqueando por basuras y estercoleros, ¡fíjese!, aquella tiene la pata coja, el tapiz de la vecina presenta una decoloración mezcla del marrón de mierda y el crimen que derrama la sangre roja, y la huraña de madera carcomida tiene pegotes de cacao que aparentan purgas de corderos.

Diálogo educado que nos cruzamos tiene esa parte de ironía y sarcasmo, dado temas que tratamos es su fatiga por el trabajo, el regreso a la madrugada de su fiesta, y al mediodía el retorno a su faena con destajo. Se explaya el muchacho en aquellos detalles y vicisitudes que sólo de oírlo sé que habla en serio, son necedades o conceptos erróneos que se disculpan por la imberbe juventud, pero el zopenco es ya un hombre hecho y derecho, y el sermón que diserta es el de un triunfador orgulloso y satisfecho. Bien podría yo reprochar las deficiencias en su supuesta madurez, mas presencia en su tugurio es por mi oficio de modelo, y no pienso corregir su ridícula sandez.

Me dedico a dejarle hablar mientras observo el habitáculo bajo el techo de esa cabaña modesta, hay enseres que son inútiles y ajuares que catalogo directamente por desperdicios, plásticos quebrados y las barras de hierro pongo mil denarios en mi apuesta, ¡por quién!, los birló en un descampado con la valla saboteada, y con una templanza de borrego se atiborró la cesta. Presiento ni vigiló si había guardia al acecho, que demuestra flema de pasota incluso en esos momentos donde saca provecho, se fue cual sombra serena se esfuma en el delito, y desde entonces los dejó tirados en aquel recodo el payaso.

Lámpara vetusta con arquitectura que emula un trébol me provocó repentino un recuerdo melancólico, dado en mi infancia tuve sobre la testa antes de sucumbir a los plácidos sueños, un gemelo tanto en su encanto como su aire estrambótico. Enfocaba mi catre cándido, testigo único que auscultaba mis travesuras con los juguetes, ¡qué hacía!, entre soldados se insultaban, o vehículos impactaban, ¡venga ya!, ¡no se me haga usted el santo!, que de críos tenemos esa perversión villana que por edad nos hace gracia, pero de adultos es un horrible espanto.

Escritorio queda a la deriva en el flanco septentrional, lejos de nada y cerca de todo, y de su llanura tomó un sobre, dentro contenía un parco fajo de billetes que sabrá su cantidad si le confieso lucían un pigmento canela y cobre. De unos la mayoría, de restantes me encantaría en demasía, y al realizar el pago emprendo ya las instrucciones que previo acuerdo se han pactado, y que yo he aceptado. Cuál es yo se lo descifro, zopenco es un bohemio pintor que indaga bellezas femeninas por los conciertos y los puertos, y a las doncellas cuyo resplandor ilumina su inspiración les da esa oferta de agricultores por llevarlas a las huertos.

Ocurrió conmigo un sábado canicular, paseaba en la borda del velero cuando desde el muelle reclamó el patán mi interés. Bajé por el puente, y en el lisonjeo a mi melena leonada y mi figura de escultura perfecta lo tomé al principio por un delincuente. Empeoró el concepto al fijarse en el azul celeste de mis ojos, y si hubiera habido orcas soto la quilla habría arrojado a sus fauces al mentecato y sus piojos, pero tras destacar el mameluco cuán guapa y atractiva soy me comentó su arte con la pintura, y quiso saber si para su próxima obra estaba yo dispuesta a posar sin vestidura.

Quiebro en el negocio ceñí a la cuantía del dinero, ¡dime el monto!, y según el dígito le sonrío o lo meto el hachazo vampírico que lo envió a la tumba por tonto. Cifra fue un poco oscura, que me hizo titubear pues ni es miseria ni tampoco es el premio patético de la feria, y en querer decidir quise datos de cual destreza cocina, ¡me sirve!, musité tras el coloquio, que jamás he interpretado ese rol de amorosa celestina.

Fecha ya llegó, y estando ya desnuda pregunté dónde me había de colocar, pues en la bulla de aquel desbarajuste resultaba una hazaña el desplazarse por el mosaico sin tropezar. Sito fue junto un extraño armatoste construido manualmente a base de mamporros con los clavos y el martillo, cuya forma geométrica tildé en un novato repaso de hexagonal, mas observado desde levante observé equivocado dar el sexteto de aristas en sus costados, son planos los lados, y consolida el trazo octogonal. Yergue en vertical su orientación rectangular, y el material que le da su robustez son leños que ha pulido artesanal. Mantiene el equilibrio gracias a una ingeniosa peana en su estilóbato, que le protege de peligrosas zozobras, y al ubicarme en su vacío central vi que extraía, de un baúl siniestro camuflado entre trastos y telas, una marabunta de cuerdas que se emplean como cobras.

"En retrato poso como modelo desnuda y atada"

Enredó por mis muñecas a la espalda, con los brazos doblados a esa altitud loable justo a ras de la primera vértebra dorsal, volteó en círculos hasta completar del coro su cuarteto, cruzó en aquellas diagonales que me impide la fuga el cateto, y al imprimir los nudos en esa área inaccesible procedió a continuar su apasionado embalaje, dirige los cabos hacia el apéndice xifoides, repta a falda de mis pechos y da a mi torso toda la circunferencia entera el cordaje. Se oculta por poniente y emerge en el oriente, y su variación ante el reciente amanecer consiste en que circula por la cumbre de mis tetas su viraje, rodeos da un par, aprieta colindante a la columna que es cuya guía nos iza y moviliza, y por afianzar la atadura introduce los hilos en aquellos huecos que ha erigido entre las axilas y las costillas, constriñe a babor y estribor, y si me pretendo desatar habrá de socorrerme el roer de las ardillas.

Tramo del que aún dispone por uso en ese primer ovillo lo lleva a los tablones que tengo por viga, y al tensar con su máximo esfuerzo comprendo la solidez del cacharro, pues no se produce aquel estallido del crujir en la espiga. Aferra con una serie de virtuosas maniobras en líneas rectas y curvas, se aplica minucioso en malabarismos que a duras penas percibo rebasado el cráneo, y dando por finiquitado esa edificación del proceso quise yo traviesa desmoronar como el gamberro que azota los cristales con el bate, propulsé el cuerpo con rabia hacia alfombra del sótano, pero fue estéril, que ni siquiera salió virutas de trigo en su embate.

Alegre el fanfarrón, tomó vanidoso otra jarcia, y el arnés que trazó desde el esternón al recto abdominal fue increíblemente hermoso, dado lo zurció con aquella paciencia del diseñador en su traje coloso. Lo compuso con una serie de recuadros que delineante tachó por triángulos isósceles, pues hay lados paralelos y congruentes, bases tiene una mayor y la pariente menor, y ha montado en tal disciplina que se adjudican su territorio con la mediana que regula estricta los pasos intermitentes. Anclaje procede en el desfile por la sínfisis púbica, se acopla rígido en mi vello rasurado, y en el itinerario que emprende al anverso roza en estrecho contacto con aquel pico que las mujeres tenemos por tesoro alabado. Impacto me produce ese escalofrío emocionante que disimulo con una risa, y en contener su delicia realizo unos ejercicios de calma y respiración, ¡por qué!, he de camuflar mi notable excitación.

En sus ángulos a orilla de serratos estiró la chota de otra cuerda, llevó sin ruido desde el patio hasta ese poste que me agrava el instinto sexual y me vuelve lerda, ¡a qué viene el insulto!, disculpe el adjetivo, que ha sido el sustituto de cuya frase iba a transcribir, ¡cuál era!, me corroe ese instinto libidinoso de una depravada cerda. Apretó desde el perímetro del hígado hasta la apertura torácica superior, precisó precavido en el diafragma, condensó del escaleno al oblicuo externo, abundó por cada cartílago, y cada ruta tuvo su ida y venida al respectivo perno.

Lacró la ligadura con aquel nudo que omite cuyo lazo copia las alas de gorrión, y el descanso que se tomó fue con la misma pachorra del dominguero estival que se refugia de cocerse en la sartén. Paseo se dio cual romántico se emboba en las amapolas del prado primaveral, miró al rincón de telarañas como el forastero que busca en el firmamento el espectáculo de la aurora boreal, escudriñó por el tejado en esa ilusión que deposita astrónomo en atrapar la estrella fugaz del cielo, y yo mientras tanto entablé una cháchara dinámica y vivaz, dado de lo contrario sentiría ser un inhóspito bloque de hielo.

Calor teatral se limita al paréntesis de cuya alhaja feliz no tiene ninguna prisa, pero al verle tomar otra tropa de cuerdas fecundas callé por no enturbiar su concentración, ¡vamos!, le animé, que el caracol va a velocidad supersónica si realizo comparación. Lianas apretó al maléolo en la zurda pierna, trepó hasta la mitad del peroné, prosiguió al cóndilo de la tibia, rebasó la rótula, consolidó el arrastre en la cara poplítea del fémur, estrujó por el grácil y cerró la red en el corto aductor con aquella severidad que no se escapa ni el hábil lémur.

Postura que me ruega adopte es con las patas bastante abiertas, mas el bosquejo es tan complejo que ni constructor sabe definir en sus maquetas. Intentaré lograr esta epopeya, y en mi discurrir acierto a describir como esa pirámide cuyo pico chato aplastó los dioses con el mazo, o aquella lanza que demolió su púa el zoquete del pueblo para evitarse un pinchazo, o ese cono cual cúspide apisonó la morsa al tumbarse en su regazo.

En tal ramillete de ejemplos supongo habrá entendido que la separación entre sóleos es de aquel diámetro por el cual circulan trenes y autocares en su tríada de carriles, pero en cuádriceps se reduce al extremo de que repartidor tiene prohibida su parada para descargar tinajas y barriles, y en la cúpula se penetra por ese túnel donde ha mostrar su permiso previo en la aduana, que aquí es ilegal el asalto por el mero pretexto de que le viene al hidalgo en gana. Posición además es perenne, dado manejó con soltura y solvencia las maromas del pacífico al índico, apretó por las barras y las clavijas y pivotes, y en su anudar recibió los halagos del jurado, ¡felicidades!, le dijeron, que es una sujeción solemne.

Cabe decir que en la conclusión intenté ese movimiento de juntar los jamones, y en el fracaso codicié aquel adelante típico en ajedrez de los peones, pero fiasco me condujo a realizar esa leve pulgada que al testigo le causa una carcajada. Atrás desisto, soy una estatua petrificada que se exhibe a foráneos y oriundos en el museo, y la modorra que resucita la utilizo en hablar de mis virtudes, ¡qué digo!, ensalzo como cisne narcisista de fariseo ágata rosa en el cuello las proezas de mis virtudes, o cual pavo zángano ametrallo esos elogios a su pintura que le otorgan las multitudes.

Suplementos que pretende añadir vienen acto seguido, ¡cuándo!, le precede otro reposo, que bosteza como el oso cual se despide de su hibernal siesta, y con total desfachatez me pide paciencia como regalo generoso. Alude por excusa un discurso filosófico sobre el paraíso de las almas relajadas, ¡tendrá su pizca de razón!, pero el tipejo es un muermo, y doy gracias al frote placentero que no me duermo, mas al concluir su pregón le veo alejarse, ¡lo que faltaba!, que se encamina a esa bolsa de cáscaras y folios destripados, ¡dónde vas!, le pregunté, ¡en la acera de enfrente hay un recipiente!, me notificó, y campechano salió por arrojar cuyos productos podían exhalar algún aroma maloliente.

Volvió en aquella demora de segundos que yo me lo tomé con guasa, y el retoque que tiene en mente ubica en mi cabello, asió de sus raíces y cual si fuese el mimo a la crin de un corcel realizó una simétrica coleta, enrolló jarcia en el pedestal, unió mi melena a las fibras con una treta magistral, e inducido por las agallas con la que sopla el huracán subió la greña a la estratosfera como una cometa. Cabellera del astro rubio quedó enarbolada en ese rigor matemático del mástil en la carabela del pirata, y en el arrojo de intentar agachar la testa me percaté que consiguió su absoluto impedimento, mantengo ese porte regio militar del grumete en su garita, y la basculación de cual dispongo es un leve virar a cuya jaula cacarea la gallina, y al arcén en donde transmita la infantil adolescente que le imita.

Broche por colofón es una obesa esfera de cárdena silicona, he de colaborar en dilatar la quijada, y puesta en el cóncavo oculto de mi cavidad bucal logrará tenerme amordazada. Para tal eficacia es necesario lo instale tras las almenas de los incisivos y caninos, y el afianzar se logra con sendas correas que rodean pómulos por trayecto opuesto hasta aquel reencuentro en la estación de la nuca. Traba en su abrazo las cinchas con la hebilla, y la opresión es de aquella magnitud que el mutismo no caduca, ¡óigame!, dialecto que profiero es un caótico galimatías de emes y efes que me sobran, ges y pes uso poco pues para mejorar el léxico estorban, y en vocales tengo licencia de las oes y las oes, las í latinas se reservan para la estrofa en su canto álgido, y las restantes del vocabulario hay canallas que me las roban.

Fluyó de mí un espontáneo suspiro que no supe retener, sonó frágil a esos decibelios que por tacaños me apresuré en alguna cabriola gutural a disimular, ¡cualquiera me sirve!, desde una frase exclamativa a un monosílabo en singular. Idioma en cual vocifero es casi una jerga troglodita, y el ronroneo con el que concluyo provoca esas risas divertidas en el contertulio quien se cita. Reconoce no ha entendido ni la jota de la homilía en mi ermita, y dado conseguí el objetivo en despistar preferí no insistir, ¡a ver si lo voy a complicar!, pensé, y con mi temperatura febril voy al púgil rival a calentar.

De un minúsculo esconce en su morada, desenfundó ese atril donde se da el parto de cuantos dibujos reflejan las cruentas escaramuzas o la exquisita miel, el agua del mediterráneo o los azabaches sombríos del infierno subterráneo. En tal tapiz hubo malagueños que plasmaron los dolores, catalanes cuya excepción a los mamíferos de su tierra convirtieron su genio surrealista en una leyenda, e incluya girasoles y gritos y majas y expresiones en las visitas de su agenda, ¡mas de poco sirve!, pues la humanidad ha de tener un gen defectuoso que en la época presente los vuelve idiotas, dado un tirano chalado hostiga niños y ancianos en sus casas, ¡y mire!, reacción de la policía como marionetas es custodiar portales que a los párvulos les dicen ¡esta franja no rebasas!, y progenitores, en vez de rebelarse y protestar, salen al balcón y a sus ventanas, y aplauden a las ocho en punto tal cual si fuesen focas amaestradas en masas.

Estuches y maletín atrapó a vera de muebles prístinos, ¡oye!, pudo haber sido su propietario algún indiano que hizo fortuna en sus colonias rústicas, y ya decano del dinosaurio tiró insensato en el vertedero junto reliquias y músicas. Mordaza tabica hasta las minúsculas rendijas en las comisuras de mis labios, y por tal obstrucción guardé mi consejo, que absorta en los utensilios que apresa veo pínceles y brochas copados en esa chistera de la cual el mago asombra al feligrés con el truco del conejo. Boina deja en aquel cantón con esa inusitada fusión de avara lobreguez y austera luminiscencia, irradia un halo embriagador y nostálgico, y con los bártulos seleccionados vino hasta cuya cofa de centinela se situaba a esa distancia que ni cercanía es ardiente ni retiro es trágico.

Trazadas quirúrgicas realizó en el muro que comprendía el perímetro de la cabeza, corral de adentro ningún borrón encierra, y en su yermo rebaño aún son invisibles las ovejas y la pastora con la perra. Solitud enmienda con un punto delicado plasmado por las hebras, apisona con su índice el raigal para el uso con excepcional destreza, y vara que sostiene la curva y la adereza, arrastra duro o la deja resbalar en mansa ligereza. Son novicios todavía, pero se divisa inconfundible parpados superior e inferior, ha sombreado por destacar de la albina conjuntiva bulbar, pupila es del mismo lino que el carbón, y el iris ha teñido con aquel resplandor que minero ha creído descubrir un zafiro en la veta, y grita desesperado por la picota y el vagón, aunque por fortuna mía le corrigieron su manada, ¡détente, turulato!, es una hermosura que inmortaliza el artista con su rayada.

En el septo orbitario zarpa un oleaje que se abolla y se resalta en el tarso por boina, ligamentos palpebrales laterales dilata la precisa medida por acentuar el esbozo almendrado, posición de los faros es primaria, y si observa detenido el embrujo de la córnea percibirá que hay un rasgo en el que ahonda, ¡maldita sea!, se ha fijado en que estoy cachonda. Duele por vergüenza y es insoportable el relucir confidencias que brego por mantener en el cofre de los enigmas, pues la muchedumbre neandertal está lleno de mentirosos con las arcas a saciar de prejuicios y estigmas, pero por estratagema opté el dejarle hacer, ¡es sólo arte!, y del sosiego a toro pasado le voy a convencer.

Realizó un par de toques precisos, y en su beneplácito emprendió el inicio de la cara, untó en los escombros de su paleta las gamas arenosas para comarca de la sien y la glabela, sésamo en las mejillas, y melocotón para el distrito el mentón. El masetero afinó, y mandíbula erigió entre ladrillos que se organizan en pilas como escombros, albañil dispuso por aquí y por allá con esa maña que a huéspedes causó asombros. Cigomáticos les dio esa textura que estilizaba la máscara, a risorio le dio esa chispa de cuya llama crepita en la hoguera, y las cejas fruncidas presentaban ese fulgor que desprende la tórrida caldera.

Gracioso resultó el artefacto en la hendidura bucal, que con su pulgar y anular por compás trazó un círculo sobresaliente, es de tamaño menor a la pelota de tenis, ocupa todo el ámbito entre duplas comisuras, e ilumina mi fotografía con un erotismo que me agrada porque escenifica la batalla entre el pudor y la frescura. Nariz es respingona y esplendorosa, con el surco nítido en el etmoides y esfenoides, y en la sutura entre el parietal y frontal ha hecho ese arqueo que usa el forense en la universidad para sus enseñanzas antropoides.

"El roce de las cuerdas por el clítoris me provocó una excitación mayúscula"

Rostro ya denotaba una claridad que me encantó, soy tal cual me viese yo en el espejo, y ensimismada noté un acreciente alborozo donde las cuerdas y mi pelvis llevaban bastantes minutos de su cortejo. Hormigueo insiste en derribar muro que su cosquilleo frena, pero golpean los adobes sin tregua ni un momento, embisten con troncos y palas y patadas y azadas, y a cada azote meditan algún otro invento. Tabique intacto reconozco que tiembla y muestra fisuras por doquier, dado la gárgola está en aquel borde del precipicio cuya terraplén ya no remonta, pináculo se desmonta, arbotante se resquebraja, y la pila del triforio y claristorio es un enclenque castillo de naipes que a la mínima brisa derrumba la baraja.

Mantengo la compostura gracias a poseer ese don privilegiado donde el culo relajo, mas al plasmar el estado inquisitorio de mi cuco peinado sentí que el horno se caldea, ¡contrólate!, me proferí en soliloquio, que príncipe se imbuye en su trabajo, y yo ando que se me habrá metido por la gruta algún cuervo o un grajo, pues siento unos impulsos y contracciones que va a mandar mi resistencia al carajo. Una especie de espasmos saltan y se regocijan por su catre elástico, y el vientre mengua en una succión que da origen a un asalto drástico. Un hilo de baba resbala irrefrenable por aquellas ranuras que en la escotilla de mi boca ha creado la esfera, y el jadeo que exclamo habré de pensar en cómo justificar, ¡fue por un devaneo en la cesta de la compra!, diré tosca y pueril, ¡que he de comprar garbanzos y pescados y por fruto alguna pera!

Trapecio y esplenio puso con esa ternura que indistinto de varón o fémina le dan antojo de besar, ilustró el esbelto esternocleidomastoideo que científico lunático impuso mote en su bautizo por joder a cual cacique imita un perturbado sin cesar, y ya en los hombros dio ese segmento entre deltoides que, si urge medir con cartabón y regla, es indudable su ovación, ¡observe!, centímetros son equidistantes, si toma por referencia la incisura yugular, del este a su oeste. Plexo braquial reposa en aquel cuarto despejado de montículos a su ribera, y escapula se desplaza fidedigna a la madriguera que masajea, tanto macho como galán, a su frígida esposa o la desbocada ramera.

Pechos plasma con esa sensibilidad que incluso me pareció percibir real el cariño del cepillo sobre mi piel, ¡cierto es que no ocurrió!, pero el calco de los melones fue, en su proporción y tersura, absolutamente fiel. Marcó los vértices mamarios sin poner esas torceduras blasfemas cuyo resultado deriva en una sandía deforme, ¡no!, sino procedió con un ademán tranquilo donde consolidó la inclinación fastuosa, difuminó blancura en parcela de los conductos lactíferos, y en el pezón acentuó ese castaño tostado que abastece la lujuria carnal desde el rapsoda modoso hasta los obispos mortíferos. Mirada suya sin tapujos ni disimulos captó la coruscante erección de mi pedúnculo, y en caverna regada por un flujo cuyo caudal aumenta floreció un gladiolo, ¡qué digo!, un edén de orquídeas y jazmines y tulipanes que, si pudiera, cosecho el ramo por entregar al pipiolo.

Reacción me lleva a destruir las normas escritas por el necio protocolo, y la ristra de jadeos que expiro por la fosa nasal vienen del tronar en pulmones y bronquiolo. Sacro balanceo que le quiero arrear al satélite lunar, y al pendular consigo un frote descomunal sobre cuya capucha diminuta es nuestra lámpara mágica, ¡frótela!, y el estruendo que produce registran los sismógrafos como una erupción volcánica. Aún es temprano, se oye el rugir de la lava y los gases que fluyen sanos, ¡respire a fondo!, que por su perfume no mueren gigantes ni enanos, pero actividad es patente, ¡compórtese!, y suplico sea el pasmarote con mi placer clemente.

Se muestra indiferente, ni tan siquiera me hace caso, que pensé yo quizá viene al acecho y con su lengua me relame, pero circunstancias son explícitas en su guion, sigue enfrascado con el panel y su aguijón. Va por el tronco, cintura reproduce en la excelsa espiral de avispa, y abeja que se embute de fructosa y azúcares se crispa, ¡por qué tan bonita!, exclamó enfadada, ¡déjate de envidias y vuelve a tu enjambre!, que ermitañas de la colmena son al ocaso fiambre.

Ilion pulimenta sin ese terremoto que ya madura, isquion profundiza hasta el abismo al revés de su arruga, y en el rancho del pubis depura el trenzado que me engalana atada con su técnica segura. Modela la tensión con una esbeltez que es irrefutable el mantenerse cautiva en su constancia, y la gama cromática enfatiza sobre aquella sensual tortura que levita por la estancia toda su fragancia. Subraya el bermejo que juglar tachó de higo, y al percibir ese tinte que abulta la humedad entré en un estado de locura, perdí toda cordura, arrojé por el barranco el sigilo que es símbolo de la duquesa, y me conquistó el furor típico del celo en la tigresa.

Lenguaje que me autoriza la mordaza son consonantes anárquicas que arqueólogo erudito en traducir jeroglíficos da algún indicio, son blasfemias y guarrerías que se asocian al gozo de su cilicio. Semejanza es al sánscrito, aunque susodicho se ora y la sinfonía de la soprano es como un grito, ¡no demanda auxilio!, sino menciona algo de morreos y meter un cirio. Valiosa decisión dijo es dejarla a sus anchas, diría que en breve sucumbe a las avalanchas, pues sus glúteos se endurecen, suspiros a intervalos tienen esa cadencia de cuyos embarazos se mecen, pezuñas se agarrotan como el ladrón que por expoliar naranjas o uvas estiran y crecen, ¡y fíjese si es verdad!, dijo el forastero, que el aullido de la loba es una bestialidad.

Orgullo repercute que me enturbia el intelecto, ¡pregunte si tiene dudas!, y verá olvidé cómo me llamo, la fecha cual aniversario en la triada de la veintena celebro, y hasta filete que pido para mi convite predilecto. Glóbulos oculares se ofuscan que no veo, y el torrente que se dilapida por la cascada viene con tal brío que navegante audaz llegó a su hogar demasiado prematuro, ¡ay, cazurro!, has descubierto a tu mujer acostada con un burro. Debate ya se apañarán, que yo estoy inmersa en un rosario de tumultos que me acosan y me asedian, soy cual capitán de corveta su tripulación se amotina, aunque la diferencia con almirante es obvia, pues yo me deleito como en el escenario danza la exótica bailarina.

Cataclismo del clímax diría que cesa su intensidad, pero membrana del tímpano me advierte que nadie ha dicho adiós, soy tan sólo una gacela herida por una astilla, y justo en la pausa por reflexionar percibo unas réplicas cuya sonata que le acompaña en mi cerebro repite estribillos con el adjetivo de pardilla. Baba ya es una estalactita que pende hasta la fosa epigástrica, y el ritmo disparado de los latidos cardíacos adquiere una celeridad que destroza los récords de cuya carrera maratoniana se tiene por prueba gimnástica.

Derrota que me infringe dudo si es perjudicial o beneficiosa, pues en un arrebato incomprensible la celebro ociosa. Fluctúa mi esqueleto el irrisorio margen del que dispongo, ¡cuánto es!, imagínese en vocablo de noventa grados un miserable diptongo. Renace en mi espíritu un degenerado morbo que nos es inducido en vena desde eras primitivas, ¡y es curioso!, pero la simplificada indiferencia con la cual se comporta el bellaco es culpable de que crezca la euforia dicha, ¡hasta dónde!, querrá usted saber, sepa me impide el bozal pedirle que clave en mi caverna su salchicha.

Fogonazos del cañón logro domesticar a duras penas con el maestro avanzando en su obra de impresionismo, y en todo este rato que he actuado como un potro salvaje ha seguido impertérrito en su diván, ¡déjeme concretar!, ajustó su caballete quince grados al sur, y lo atrajo a su barriga como impulsado por un imán. Bisagra del listón saliente remató su fortaleza con el enrosque a tope de la mariposa, suplantó efímera la pluma avellanada por su sobrina en abanico, limpió los grumos de un mechón, y se aplicó con el escoplo por haber salpicado, en la torpeza con un tubo, aquel huérfano escalón, ¡dónde conduce!, a un rácano altillo que por gélido y renacuajo no quiere su escondite ni las ratas ni el tejón.

Artista de versátiles y rápidos dedos culminó su obra cuando tímido asomaba el crepúsculo, y el resultado fue una silueta magnífica, en mi desnudez con ese cariz desvalida, las sogas constrictivas que en su falta de misericordia transmitían unísonas la angustia y la fantasía, y artilugio que me enmudecía había logrado que cualquier espectadora sepa de mi monólogo su sinfonía. Estaba espectacularmente detallado ese atractivo de pícara princesa, y dando por finalizada la labor sentí una especie de tristeza, ¡qué me ocurre!, quiero mi libertad y voto alargar la obscenidad.

"Por culminar su obra marchó dejándome sola y atada"

Sin mediar precepto, viró el cuadro majestuoso por mirarlo yo de frente, ¡qué maravilla!, y con un acento de penumbra y misterio musitó a mi oído un epitafio horrendo, ¡voy a impedir que salgas huyendo! Joya de la cual soy protagonista da por inconclusa, falta esa languidez que personifica el martirio y la penuria, mas es imposible de encontrar, pues sólo se halla en las víctimas y cuyos monaguillos son el capricho de la eclesiástica curia. A tal efecto planificó el siguiente ensayo, ¡cuál es!, allí me abandona con la atadura y la mordaza, y en el declive físico y mental vendrá esa otra porción del pastel, la excelencia superlativa cuyo final será mi mortuorio desmayo.

Cual azuzado por el soplo de un ciclón, se marchó de aquel cobertizo donde retumbaban mis murmullos aterrados, ¡vuelve, palurdo!, vendría a transcribir, que dejarme atada es absurdo, tengo esa lucha con el cordel que me masturba, pero a pesar de mi entrega esclava partió con el desprecio absoluto, cerrojo aplacó con la ganzúa, y al anochecer me zambullí en una lóbrega oscuridad con un silencio impoluto. Creí se trataba de un fechoría liviana, aunque supe del avance en las saetas del reloj por la uretra, ¡exacto!, se queja de la cisterna donde ya no cabe ni una gota, y en la discusión que se tercia le suplico clemencia, ¡alguien vendrá al rescate!, y pagará la travesura este botarate.

Quedé toda la noche soto las garras crueles de aquel estudio convertido en calabozo, donde la esperanza se desangra y en las pugnas por escapar he conseguido en mi confianza un destrozo. Ataduras han resistido sin contemplaciones, mugidos que he emitido recuerdan a las vacas en el claustro de sus cuadras, y en los húmeros progresa esa anestesia que convierte el músculo en aquellos drogadictos sonámbulos quienes con sus jeringuillas las venas taladras.

Bombero añoré toda la vigilia, y sin el pago del soborno rutinario prefiero un raptor al títere policía. Resurgió el alba que por la celda no vino la abuela alcahueta, tampoco se infiltró el vándalo que quiere pinchar los neumáticos con el clavo o la chincheta, y su luminiscencia tenue delató el predecible charco de orina, ¡compréndalo!, que secuestro me prohíbe el acceso a la letrina. Diccionario cual he recitado elocuente ha sido un compendio de sustantivos y palabrotas y sollozos, y por causas ajenas que sabrá argumentar los expertos en anatomía humana he maullado algún jadeo que se desprenden en chistes guarros y fogosos retozos. Maldiciones habré soltado a raudales, trance alguno ha transcurrido con ese frenesí de tiburones voraces, pero en la fatiga que me relega a las antípodas de la victoria claudiqué como inocentes animales.

Sin embargo, hay un suceso hipnótico que hasta aquellas fronteras nunca supe existía, ¡de qué se trata!, actor es el retrato, que aunque conserva su elogio histórico tengo yo otra apariencia, ¡he cambiado!, presento un calco desaliñado, como esa palidez moribunda que flirtea en la ruleta de la sacro muerte, y ahora es distinta la suerte. Me veo en el retrato con la efigie escuálida, la mirada agotada y el lumbar desprovisto de su imprenta fuerte. Soy el vivo ejemplo de la rea que sufre despiadada, y la transformación que ha experimentado su óleo es ajeno al deterioro por el devenir, pero concuerda escrupulosa en cuyo descalabro mío, por la hambruna y la sed, es fácil de intuir.

Progresa la mañana, y en aquella chabola olvidada de la urbe poblada escucho el ronquido de mi estómago vacío, que dispuesto a tomar el mando del timón comienza un canibalismo que me roe las grasas y chuleta, y destrozada por el espanto bendigo si hubiera alguna ocurrencia o táctica por zafarme de la maraña que me sujeta. Medito solitaria desde la astucia a la extravagante contingencia, pero sirgas con la corpulencia del alambre deniegan aquel juicio del buen samaritano que actúa por conciencia.

Por asombro resisto hasta el atardecer, pero ya presento un espectro que desvarío en alucinaciones esperpénticas, pues en alacenas creo divisar alimañas que no existen, junto zócalos veo reptiles venenosos que me odian por obstruir su vereda, e ilusa oigo la pluma de una grúa cuyo interruptor se dispone a derrocar la valla de cemento que me empareda. Voz de ruin que me redima es tan sólo mi graznido en sumerio, ¡aprovecho!, que muy probable la postrera sonata será el responso en el cementerio. Bien conservo ese ingrediente, por la masa de mi encéfalo, que me advierte es todo fábula, paranoias de una cortesana funámbula, y exangüe noto que desfallezco, suspiro cual búfalo resopla extasiado por las cañerías de su hocico, ¡canten ópera en mi funeral!, que sólo el simio subnormal entona la matraca de un salmo o villancico.

Ya en aquella atmósfera donde la zafia extremaunción consagra la crónica, ocurrió algo inaudito cuando quise ojear, ya en cuya taquilla vende su boleto la guadaña, el cuadro que con brochas pintó esa maléfica piraña. Resultó que mi retrato mostró la vitalidad de una guerrera, y de su peluca que ataba el casco al madero empezó a lidiar con un arrojo apoteósico. Emprendió la ira contra sotanas de cuerdas que me arropaban, se propulsaba de las cordilleras cantábricas a cual sur acogen islas de lomas panorámicas, y creí que su bascular se debía a mi mareo, pero aparté mi visión cuánto dura un suspiro, y al reiterar mi análisis vi continuaba con el careo.

Lucha es empecinada, se agita con esa bravura que deposita toda su creencia hercúlea, se agacha y se alza el escaso permiso del que dispone, da algunos tirones moderados, repite en latigazos secos, y con su armamento civil cocea un taconeo vibratorio con sus descalzos zuecos. Se revuelve como pesquero en mitad de la tempestad, y los tirones que repite en bucle son con la intención de los filamentos crispad. Balbucea un discurso amordazada donde percibo de la heroína su ansiedad y agresividad, y es admirable como añade tras cada decepción otro ataque, insiste y vuelve al cuadrilátero con esa constancia ciclópea que su efeméride se ha de conmemorar en almanaque.

Desastre perdura, y en el secreto que se me permite transmitir a mi estimada lectora hubo en mí el concepto claro de irse todo al traste, pero me mantenía en la agónica vida ver esa guerra que, por ahínco y tesón, provocó viniera al palco desde la polilla al halcón. Machacaba el octavo de cardinales, diría que amplió al duodécimo o el vigésimo, con su áspero zarandeo y un vehemente meneo que ocasionó aquellas magulladuras que al quemar las ataduras dejan cicatriz, y a pesar de las lesiones prosiguió en esa elogiable testarudez que muestra, por su falda o su almuerzo, la arrogante emperatriz.

En el combate arrastra cordeles del frío noruego a cuyas hectáreas calurosas siembra el bronceado labriego, esgrime una perseverancia y ambición de aquel señor que aspira otear el mar siendo ciego, y de pronto, ya creyendo que su función es por aliviar la amargura de mi perecer, oí un chasquido, y una lluvia de serrín cayó de lo alto del nido. Ligaduras del horripilante moño se han soltado, y urgida por la épica supervivencia sustituí mi pesimismo por un ferviente optimismo, ¡vamos!, de aquí se ha desencajado, ¡sigue!, que la cosecha da su trofeo labrado.

Arremete mi clon sin espada y con bizarría, aviva e instiga la tensión hasta ese confín que obliga a su contrincante a ceder, y el petardeo en las estacas hacen predecir el logro de su destierro. Rumor es a ese volumen que aterraría al cencerro, pero desierto es la gran oportunidad, y pese al considerable grosor de la columna cede la estructura en su talón débil, es un chaflán que se desencaja como el vaso que se despeña por el tarado parroquiano en la taberna, ¡sí!, es la clave para fuga de la galerna.

"Hui con el cuadro de mi imagen en mis manos"

Armazón se desmorona, el cordaje pierde el sadismo maquiavélico que me impedía soñar con los lauros del destino, y en la herencia que mi siamesa me adjudicó saqué ese brío exhausto que ya son las últimas reservas, muevo tentáculos que pulpo anota en sus manuscritos el rotar de mis falanges para su sistema de caza, ¡espectacular!, dispongo libre de cuyo metacarpiano tiene por primera misión extirpar el aparato que me amordaza. Hermano es el siguiente, continuo en los remos cuyo utilidad es análoga a las ánades zancudas, salto fugaz di de alegría, y tras cubrir mi esfinge maltrecha con el vestuario que traía hui presta, ¡espere!, conmigo me llevo la increíble obra que me identifica de la uña a la cresta.

Obra de arte insuperable conservo en el podio olímpico de mi comedor, limpio sin mota de polvo, mas del original presenta una relevadora variación, que ninfa quien soy yo da un brinco fantástico en el cuadro, sonríe dicharachera con sus dientes relucientes, brazos extendidos en alto transmiten esa felicidad de campeona exultante, y ni una sola marca se percibe de aquel periodo beligerante. Lo miro en cada jornada, acicalo su marco afiligranado al estilo mudéjar, le doy los buenos días los lunes y los martes y toda la semana por congratulo matutino, y en cortesía le hago reverencia al acostarme en el trueque vespertino. Le explico mis problemas, le confieso mis dilemas, y con la razón lúcida le expongo cuanto tribulo por teoremas, ¡mas quizá pensara de mí estoy loca!, busque a su derredor, el primate que atropella por el andén con su patinete, la ballena que se zambulle los químicos por llenarse como un barrilete, el puerco que acuchilla a su cónyuge con la navaja o el estilete, el asno que apoya cuantas medidas el asesino genocida decrete, el borracho que se embuta brebajes por perder su dignidad en un periquete, ¡he aquí un breve inventario!, sea vos honesto y revíselos, y al liquidar sus pesquisas vuelva a la consulta, ¡y dígame!, que tengo ávida curiosidad, ¡quién es el chiflado según su dietario!

 

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