Nombre mío es mi acertijo, mezcla aquella flor de dulce aroma por su pedante aura romántica, y el trastorno bipolar de mi matriarca concluyó el mote con esas sílabas de oda satánica. Apodo consagro el cura timador que lo bendijo, ¡cuándo!, el único sábado de la tercera semana en el octubre otoñal, y aun siendo yo retoña tengo grabada la efeméride en mi memoria, pues el fariseo empapó mi cuco peinado con cuya agua, de la pila bautismal, han metido sus zarpas desde el borracho y el mulo, hasta el guarro que se rasca el culo. Berrinche emprendí a llantos, y el adefesio que se cubre con sotana comenzó a disertar un rosario de maléfico canto, son versículos y salmos que dudo si se alegra de mi nacimiento, o reza por clientes en su burdo camposanto.

Parto ocurrió soto una intensa nevada jamás acontecida por esas fechas cual azotó al mediodía la ciudad, ¡déjeme aclarar!, dado fue en cuyos hospitales hoy asesinan a mendigos y ancianos y díscolos sus médicos sicarios, y copos de níveo algodón se esparcían en aquel paraje bucólico que marcó otra gélida casilla en los anuales calendarios. Termómetro marcaba esos grados que yo, ensamblada al cordón umbilical, quise proceder cual alpinista por retornar al albergue de la madriguera, ¡hace un frío que pela!, y rebelde al desahucio maniobré por volver a ese refugio donde tengo despensa y caldera, pero avispada me atrapó por la espinilla la furcia enfermera. Forcejeé en clara desventaja, ganó partida la rival, y en la mueca burlesca que le dispensé me contestó con un azote en las nalgas, ¡lloros son de dolor!, y los testigos malnacidos se ponen de su favor, sonríen y aplauden como focas amaestradas en balcones, ¡a qué bando estáis!, que científico pedófilo de bata blanca escudriña en genitales si tengo raja o cojones.

Vestimenta cual me arropó en la bienvenida al mundo cruel fue una manta, ¡o eso dijeron!, que me abriga como al fiambre su sudario, ¡tacaños!, todos lucen sus galas en las ropas y uniformes, zapatos cuya pértiga marea calza quién se supone es la tía, niñatas de las yemas pringosas son las sobrinas y las primas, y de impoluto blanco va un sanitario. Personaje me piropea con los adjetivos hermosa y preciosa, ¡aquí son todos pervertidos!, y en la cuna de sus brazos me alza a esa altitud que me temí lo peor, ¡agárrame bien!, que si me despeño se oirán a millas mis ladridos.

Balanceo aéreo me transporta al cesto carnoso de un mamífero vertebrado repugnante y horrendo, ¡fíjese la cabellera!, tiene en su cocorota un manojo de hebras andrajosas a este y oeste por pelaje, y en la cima hay una planicie lisa que sirve por pista de aterrizaje. Ojos de castaño pueril me observan a través de gruesas láminas cristalinas, ¡qué trasto es ése!, será prismático o un telescopio, y por el enfoque de su iris ya deduzco que me tocó en el sorteo un cegato que no ve ni al elefante en microscopio. Callos de jornalero que raspan como lija acaricia mi cutis fino y delicado, ¡vigila!, que llevo nueve meses sin un rasguño, y por su frote de estropajo di mi novicio refunfuño.

Hembra de cuyos óvulos me fecundaron me acoge en su regazo, quiere ofrecerme un abrazo, mas es todo una argucia embustera, dado en su pérfida trampa saca su teta la gorrina, y yo al instante di un grito, ¡qué haces, cochina!, que te exhibes delante del verdugo y de aquella foca que deambula apática de la mazmorra a la cocina. Llevó mi jeta a la areola del pezón, ¡qué pretende!, quiere meter su acícula en mi boca, ¡puta enferma!, repliqué, y aunque puse todo el brío en mi negativo consiguió meter la cúspide tras encías, ¡mama!, me ordenó la marrana, y un brebaje de lactosa emanó por la ubre de la cortesana.

Engullí cual pato se traga el arenque y la sardina, y por querer dejar mi rastro biológico en tal prematura agresión pretendí dar un mordisco, ¡mierda!, aún no tengo dentadura para tatuar línea o asterisco. Duró el lapso por quedar mi barriga llena, y al martes siguiente, huyendo ya de aquel templo donde se extermina inocentes y sanos, arrancó una nueva etapa, meses que se repiten de enero a diciembre, inviernos con bufandas horteras y la gilipollez de montar, por las fiestas navideñas, un pesebre, ¡que no quiero!, dije, dado pavos que maltratan camellos van a pisar con sus pezuñas poderosas al corzo y la liebre.

Vicisitudes vinieron en una secuencia fulgurante del abril primaveral al agosto estival, y peripecias en bucle cumple, justo ahora, a pronto de celebrar mi aniversario, veinte sorprendentes y fugaces años desde mi servicio militar en el parvulario, mas no teman, que aunque el don de la magna modestia no me fue inculcado, o en su defecto ignoré aprender, omito cuantas batallas y jolgorios he librado por cuya victoria es mi derecho y deber.

Argumento cual es objeto de atención trata antagónico, ¡cuál es!, una trágica historia con desenlace agónico, mas permítame advertirle que desista en su lectura si vos es individuo de extremo sensibilidad, pero si comete la osada imprudencia de ignorar mi advertencia, y decide proseguir por este sendero de letras, asuma el riesgo bajo su única y exclusiva responsabilidad.

Tal tremendo suceso tuvo lugar en aquella ciudad donde los peligros rondan celosos en cualquier esquina, y tropiezos con malandrines y trúhanes existen a doquier, roban y violan y atracan, y la bofetada que le dan es de propina. De los bares salen los feligreses contentos, llevan esa alegría que le infunden pócimas venenosas hechas con potingues y ungüentos, y por un simple tosido o un roce gratuito hay pingüinos que se baten en duelo, se arrojan puñetazos y empujones y ruedan por el suelo. Panadero que contempla el espectáculo desde su comercio afirma es ya un lance habitual, que ayer birló un caco el bolso de una vieja, y un tarugo salió presto por pillar al delincuente a la carrera, pero tuvo mayor velocidad la comadreja. Beodos mean en aquel recodo del callejón donde nadie les mira, salen de ese tugurio, y son en tanta cantidad que, a ese ritmo, cultivar con sus chorros un jardín es su razonable augurio.

Sin embargo, en data cual aconteció hecatombe se esfumaron los chorizos y regaderas, pues una brutal tormenta, que tornó noche las horas adjudicadas al astro febo, arreciaba furiosa sus cascadas desde los pantanos celestes, desertando por completo los adoquines putrefactos y sus aceras agrestes. Al valle azul, que reinaba tan a diario sobre las cabezas de sus ciudadanos, le suplantaba una vigorosa flota de navíos con su quilla pintada de un amenazante gris marengo, ¡mire!, la verga de mesana se amaga por las densas nieblas, y capitán al mando del timón se jacta con unas carcajadas tremebundas que estallan como explosiones en sus tinieblas. De obenques a toldilla se esparce aquella oscuridad que ofusca su zapatilla, ¡ya puede indagar sus huellas!, que se va a estampar la hostia contra las hectáreas donde el agricultor planta del trigo su semilla. Demonios de a bordo lanzan desde el combés y el castillo gorguces tridentes de fuego divino, y al impacto en la diana causan unos estruendos que forasteros y nativos se refugiaban dónde podían, ¡niños!, chillaban desquiciados, ¡dejar de volar la cometa!, que las fustas de los dioses golpean con esa ira de querer resquebrajar la bóveda del planeta.

Produjo el diluvio un silencio y desierto que ocupó la portada de la prensa internacional tras la calma posterior, pero en la misma página destacaba, con el rótulo en mayúsculas, la crónica de un hecho incapaz de concebir ningún humano en su sano juicio, aconteció justo en el cenit de la tempestad, y que las brujas y cotillas y agoreros de aquel siglo achacan a un funesto maleficio.

"En plena tormenta salió por pedir servicio de una prostituta"

Protagonista fue el rodar de un lóbrego carruaje sobre sus rieles, con sus neumáticos de antaño bien sujetos por los bajeles y su rechinar al girar en su eje fijo, que se aventuró a emerger de su escondrijo. Lo conducía un cochero, quien lucía totalmente empapado sus largas libreas abrochadas por botones de plata metalizada, y flagelaba los corceles bizarros que, arrastrando el recio cubículo entre las turbulentas marañas de fachadas y hogares, se detuvieron frente cuyo número impar, de calle estrecha mal iluminada, ostentaba el privilegio de aglutinar los asistentes masculinos a su cortijo.

Dirección correspondía al club de alterne más antiguo de cuantos había repartidos por la codiciosa metrópoli, y un hombre, engalanado con un fraque azabache, bajó tranquilo sin importarle el salvaje chapuzón, anduvo los escuetos dos metros que le distanciaban del umbral, tomó el picaporte de cobre hincado en lo alto de la cancela, y aporreó tres veces consecutivas con elegancia y cautela.

Cedió el pomo gentileza de una prostituta, desprovista de prenda alguna que cubriera ni un ínfimo ápice su efigie desnuda, con su rostro pícaro teñido de maquillaje, sus labios esbozados de aquel químico cárdeno que acentúa el beso nauseabundo, una cintura que envidia la reina de la colmena, glóbulos oculares donde destaca el fulgor de su cristalino esmeralda, y altura loable cuya cota tiene su cabello dorado por guirnalda. Melena pende alborozada hasta tocar con sus púas la zona baja de la escápula, y tras el correspondiente saludo tuvieron en el pórtico un escueto diálogo, ¡de qué hablan!, cháchara me es imposible precisar, pues por culpa, o quizá por gracia, de los tambores en la atmósfera, nadie escuchó cual conversación mantuvo con aquel misterioso caballero, ¡qué hacen entonces!, le ha ofrecido un buen fajo de dinero.

Despedida dispensó a sus compañeras desde ese pedestal que compone la alfombra, tomó su abrigo como única pieza por cubrir su cándida figura, al trote salió rauda para el amparo de la carroza, y en una tregua efímera del bombardeo se oyó el arranque de los equinos con el repiqueteo de su herradura. Tras biombos quiso la morena de las pampas argentinas contemplar si se trataba de una berlina de princesa, o presentaba aquel calco fantasmal que luce el vehículo de la marquesa, pero la cortina indómita ocultó el cachivache de espionaje indiscreto, y al confín de la manzana quedó su silueta por perpetuo secreto.

Llegados a su lujoso domicilio, y habiendo pagado todos los ducados y denarios por su faena, pues en uno de sus bolsillos se halló, un lunes después, el importe total de su tarifa, la muchacha desnudó sus encantos, depositó su gabán en cuyo perchero presidía la inauguración del vestíbulo, y anduvo por el pasillo con esa parsimonia que es impropia del preso camino del patíbulo. Subió los peldaños con la soberbia del juez corrupto que se compra por sobornos, desfiló entre el inmenso elenco de ornamentos lúgubres y estrambóticos adornos, y ya en la planta superior, se embulló en aquel dormitorio que los amantes tórridos convierten en hornos.

Gobernaba una amplia cama de matrimonio aquel espacio que se otorga a la girola, colchón mullido, sábanas de un raso pulido, y el duplo de almohadas tenía esa textura impecable que el sastre se marcha, ¡a qué viene su enfado!, tela no requiere de reparación o zurcido. Travesaños tienen esos barrotes libidinosos donde se puede agarrar, los morbosos usan para atar, y en el área del absidiolo se halla un escritorio, ¡qué hay!, pluma estilográfica tiene por arcaico ornato, folios donde escribe cartas y postales el pazguato, y un libro mezquino cuya lectura es un bodorrio. Tocador de tres cajones domina el transepto a oriente, y sobre su repisa de mármol se aglutina un conjunto de recipientes con siete aceites sagrados, son de frita vidriera, y su tamaño oscilaba desde el insignificante renacuajo hasta el pote que por fabricar conlleva arduo trabajo.

Tuvo la tentación de olfatear, dado en su ignorancia pensó ¡pueden ser perfumes!, mas distrajo su antojo en fisgonear los tabiques, cuelgan retratos mortuorios cuyo artista tiñó sobre lienzos vetustos a la encáustica, hay a decenas de su opulento arte tenebroso en las tapias a babor y estribor, salvo ese tramo donde hincha vanidoso su pectoral un gigantesco armario, ¡fíjese!, se eleva que roza con su testa la cúpula del antro fúnebre que le acoge por el chantaje del salario.

Fue de este armatoste, ya que se hallaron abiertas de par en par sus cuatro puertas de luna biselada, de donde debió tomar, amagados entre sus trajes de tonos sombríos, sus americanas de lino, y los zapatos a rebosar de betún alabastro, el resto de utensilios, ¡cuáles son!, aquellos que de verlos provoca que hasta los mudos griten sus auxilios. Proceso en asirlos se supone fue de este modo, accedió luciendo aquella máscara de chacal que degrada la fonética al punto de dar ese acento a catacumbas, y cuanta parafernalia pronunció pretendía iniciar a la dama para la residencia eterna, hoyo donde tienen su plaza guardada desde el rico y el erudito, hasta el indigente o el pordiosero de la taberna.

Cual pantomima simbólica, espolvoreó por el cuerpo de la ramera una capa muy disuelta de natrón, mezcla natural de cloruro y carbonato de sodio cuyo uso es deshidratar los tejidos, y aunque la cantidad resultó inapreciable para tal grosería fue inevitable sentir un molestoso escozor tras varios vertidos. Comentó afligida que picaba como el ataque de una marabunta de hormigas, o cual faquir se frota con un ramo de ortigas, y tras el coloquio que finiquitó sus sonrisas untó con un fino pincel su esqueleto de resina, ungió desde el talón hasta el nido donde arraiga la golondrina, ¡por qué la pringa!, para proceder al embalsamiento que da mala espina.

"Aquel hombre comenzó el ritual de la momificación"

Sacó del mueble cajas que destripó sus solapas, y extrayendo rollos de vendas emprendió el estricto ritual de la momificación, fajando juntos los tobillos, trepó sin resquicio por la tibia y el peroné, prensó por la rodilla, estrujó a cofia de la rótula, continuó por el vasto y el grácil y el sartorio, y a boina del fémur culminó de sus extremidades el envoltorio. Diría cualquier orangután con un mínimo de intelecto que ya es suficiente de porquería, mas aquel engendro aplicó una segunda capa, embadurnó las ligaduras con otro pegamento, y de nuevo constriñó las piernas unidas dando círculos por su periferia, del pacífico al índico y viceversa, y alcanzado el propósito dispensó un pregón cuyo significado el delincuente tergiversa.

Monólogo invoca vaya a saber usted qué chorrada de druidas y espíritus se refería, pues aludió a un fetiche divino que son diamantes para aquellas doncellas que el destino elegía, y tras la reverencia a un espectro cuyo alias jamás he oído solicitó a la gacela una posición curiosa, ¡qué ha pedido!, dijo colocara el radio y el cúbito cruzados en aspa por escudo de su esternón, en tal cruz que a su cobijo se resguarda pechos por los que babosea el canalla mamón. Colocó según indicó en su petición, y estableciendo su salida en el dedo meñique de la mano diestra embaló su séquito hasta el pulgar de la opuesta, procurando evitar la arruga molesta, con esa superficie lisa como el mar sin oleaje ni cresta.

Enredó con el esmero del pulcro joyero, tapó el astrágalo y el cuboides y escafoides, forró metacarpianos y falanges, encapuchó de la apófisis estiloides al codo sin conceder boquete por la longa diáfisis, embutió los húmeros en una tensión que eliminó la oquedad que es pasadizo del piojo y el hongo, y ya con sus tentáculos en la absoluta parálisis realzó la obstrucción con un rodeo en el torso que, si sale campeona de la velada pugilística, es indudable que hubo tongo.

Embozó con ese artilugio de pálido canela las costillas y el recto abdominal, apegó en el lomo por la columna vertebral, enfundó desde el cóccix a la primera vértebra cervical, tapizó el ilion y el sacro y la sínfisis púbica, trazos en horizontal con algunas excepciones en geometrías romboidales, y en el irrevocable asedio por el gaznate elaboró esa majestuosa momificación que impedía apreciar ni poro ermitaño ni uña en firmamento huraño.

Entusiasmado por su obra artística, granuja emitió una homilía que, de haberla vos oído, le hubiera producido aquel escalofrío que le esclaviza al maldito insomnio y le impide conciliar el sueño, pues recitó un inaudito encantamiento cuyo autor, por hereje y diabólico, fue condenado a morir quemado en cual hoguera se prohibió apagar, ¡apartar!, se incluye en el edicto el cubo y la manguera y el barreño.

Renglones que reprodujo aludían a los harapos que le amarraban, y en un sarcasmo macabro se refería a un reino ajeno, tinieblas perpetuas donde es nula su tenaza, y cuyo único propósito es regenerar el alma de cuya ofrenda es caucásica su raza. No obstante, por ser efectivo faltaba algún matiz, dado de la libertad que ostentaba su calabaza se hubiera percatado hasta el bobo aprendiz. Ordenó a la vasalla dilatara su quijada, y separando las mandíbulas a ese diámetro que compite con el bostezo de hipopótamo permitió al mendrugo introducir una oronda esfera de paño ancho, estacionó perenne en el hueco impertérrito de la cavidad bucal, rebasada las almenas de los incisivos y caninos, y en un afán desdeñado por los oficiantes de la antigüedad selló sus fauces por amordazar sus trinos. Aplastó cada circunferencia por los pómulos y el maxilar, arribó a la nuca y el occipital, y en el octeto de remolinos consolidó su mutismo bestial.

Dialecto de la cautiva se limitó a un repertorio de parcas consonantes, son las emes y las efes quienes repercuten sus ondas constantes, las ges y las pes dan de vez en cuando las notas discordantes, y por vocales exclama tacaña las aes y las oes, ¡faltan las í latinas!, pero tiene su carencia una explicación, que se modulan en el gozo de cuyas serenatas aumentan paulatinas, y la rea tiene esa angustia de las traidoras que degüellan en las guillotinas.

Estrofas que proclama transcribe el leal paje en unos símbolos de cuales pájaros y garabatos componen el jeroglífico, ¡qué diantres haces, colega!, son bosquejos sin sentido, pues el paleto no entiende ese idioma cuyas sílabas tienen la tilde en la grafía que le dan un porte terrorífico. Quizá podría la prisionera asentir su acuerdo o su discordia con esa escritura del calígrafo cuneiforme o hierático, pero la prolongación del vendaje ha ocasionado que se halla con los ojos vendados, pues alargó la longitud emboscando el etmoides y el esfenoides, añada la constricción por el hueso temporal y el frontal, por el masetero y el arco cigomático, del vómer a la glabela, y asaltó la sien como el corsario que lidera el navío o la carabela. Apenas quedó al descubierto sus fosas nasales y el conducto auditivo, ¡espere!, que le puso remedio con un método definitivo.

Sujetando un jarro de cristal, cuyo contenido, mezcla de cera y miel, tenía un brillo ámbar, tomó unas finas pinzas, y con minuciosa paciencia colocó las porciones viscosas de su pastel al hondo de sus oídos, afianza el bloque espeso de la sustancia cuando aplasta, y la sordera que le invade es de aquella magnitud que la felicidad devasta. Anuló al yunque y al estribo y el martillo de la recepción de bemoles y arpegios y corcheas y semifusas, y de la coneja se apoderó ese pánico atroz que resurge cuando la privación sensorial destroza las aduanas de barreras difusas.

Jerga que profirió epitafio del chalado fue tremebundo, pues invocó a duendes y náyades y algún que otro monstruo inmundo, ¡qué dijo!, rogó instruyan a la bellaca en cuyas lecciones afirmó sabias con alabanzas, y en la doctrina que se doma exhortó porque imparta a los incultos sus enseñanzas. Aspavientos adornó que son el tópico de un chalado en su rúbrica final, y con terrible calma enlució los tejidos con una capa de yeso líquido, ¡porqué!, deslumbra sus curvas femeninas en cuyo esplendor disfruta el maquiavélico homínido.

Terminada ya tal tarea, ungió la momia con perfumes extraídos de romero, laurel, mirra y casia, quedando un agradable aroma que copó atmósfera, y al izarla al vuelo como actúan los verracos en el íntimo colofón de las bodas hubo un conato de guerra, bregó en loable porfía dado es una estafa el tesoro que ha negociado, mas la resistencia perdura si cabe en el preludio de la novela, ¡cuántas hojas tiene!, se resumen en los párrafos de una esquela. Intento de ser una batalla inagotable es trivial, y jurado dictamina por aplastante la victoria, es el patán quien se lleva la gloria. Apresurado empujó la rehén, y su envés aterrizó sobre un duro tablón, ¡qué es!, la base de un angosto sarcófago antropomorfo, paredes robustas y una losa por tapa que la sumió en la opaca nocturnidad, y con candados en el quinteto de cerraduras lacró sin piedad.

Sobre ese lecho mortal quedó apretujada la zagala indefensa, ¡mas permítame un inciso!, tuvo por compañía odiosa tres amuletos protectores, ¡para qué sirven!, aquel del pilar le ofrece levantarse en la meta de su viaje sagrado, el pariente cuyo músculo es cruz de asa le aseguraba el soplo de vida eterna, y el hermano de la triada representaba los bienes ganados que iban a llenar su bodega y su cisterna.

Reanudó los perecederos versos de su discurso con un timbre que fluía rabioso entre el esmalte de sus dientes, y en cuanto al literato quisiera saber quién fue aquel tarado prehistórico que plasmo tal bárbara sonata, pues lo captó un aledaño que ignoro si recolectaba espárragos o margaritas, y de regreso a su chabola contó a su cónyuge, ¡había un mendrugo por la selva modesta!, y rezaba un rosario que, de oírlo, el ánimo decae y de nervios tiritas.

Debió de callar cuando ya desgasto hasta la diéresis del alfabeto, y a continuación, tal como dictaba el pactado guion, el gamberro cuyas siglas correspondían a la décima y la docena y la veinteava del abecedario, hizo ceder la hebilla del pantalón, desabrochó su botón, y cual gorrión sale del huevo emergió un pitufo salchichón. Longitud es de aquella medición que me descojono de la risa, pero cual morcilla se fríe en la sartén realizó una serie de fricciones por lograr esa envergadura que desde la estratosfera se divisa.

Práctica es rutinario en varones y simios, ¡en qué consiste!, yo le explico las claves de sus prodigios. Garrote frota con aquel ímpetu del músico que machaca la zambomba, arremete del hemisferio austral al septentrional, y en su trastorno bipolar emprende una serie de idas y vueltas que le van a marear, ¡aclárate ya!, si prefieres ver pingüinos o al oso polar. Frota que le mete caña a lo animal, y aporrea con ese hervor que la virgen se escandaliza en su buena fe samaritana, ¡se va el pepino a despellejar!, alertó perturbada, y al instante corrige abuelo que en su época fue ducho en la orfebrería, ¡por supuesto que sí!, le notificó, dado por algo se usa en metáfora el verbo pelar.

Mantiene sustento el rábano que no suelta su barra el egoísta, y el roce con cual pule el instrumento adquiere esa celeridad que va su estructura a pulir o limar, ¡ha de ser delicioso!, pues el primate es como un ciervo en celo al bramar. Oprime que va la berenjena a reventar, con sus párpados menguados y los mofletes que se colorean de un sutil sonrosado, ¡espere!, que rectifico dado la gama se ennegrece, vira a fresa y le suplanta un intenso morado.

Camarero en restaurante tiene mayor delicadeza cuando tritura el ajo, pues la paliza a cual somete el trabuco consolida apuestas a favor del grajo, ¡ya lo verá!, le va a picotear con su vuelo rasante y bajo. Riesgo patente desprecia, y la longaniza tomó esa hinchazón que comandante al mando de su escuadrón ordenó urgente de su derredor la evacuación, ¡qué ocurre!, es inminente la explosión. Síntomas de su enfermedad es que jadea como el lobo exhausto que, en busca de concubina, ha recorrido millas por las montañas, goza por aquel paisaje que es análogo a las moscas atrapadas en telarañas, y el berrido que emite es siamés a cuyas trompetas anuncian la caza de zorros angelicales o feroces alimañas.

Empele la pólvora con esa potencia que vibra el cascabel del cañón, tiembla la rigola y el fogón, repercute el barrido por la faja y se registra un terremoto por el muñón, mas su duración es breve, dado arsenal alcanza la escotilla del brocal, y según dictaminaba el informe policial, dinamita esparció por suburbios y distritos del catre, manchó las sábanas y sobre baldosas soltó el mayor lastre, sin salpicar ataúd ni de rocío el pillastre, pero lava que desprende volcán en erupción es de un placentero crudo lechoso, ¡y de dónde salió la sangre pues!, en tantos litros que es inequívoco su trance desastroso.

Ocurrió que, encerrada en el egipcio féretro, el aire estancado se impregnó de un repulsivo hedor, y sintió una caravana de calambres y picores cuando sus poros arrebujados no lograron exhalar ni una lágrima de sudor. Asustada, pues a cada minuto transcurrido respiraba con mayor dificultad, la damisela forcejeó por desatarse, lidió con la clavícula y el deltoides, mas sólo logró percibir una ráfaga de sus latidos por el apéndice xifoides. Un mero consuelo, el de pensar que muy en breve aquella pesadilla debía de terminar, lograba equilibrar su cordura y su cerebro serenar, dado en el fondo todo sucedió tal como el cliente expresó en su contratar, pero justo entonces, cuando se predisponía a levantar la tapa de su lecho arcano, algo imprevisto y tremendo, alteró el argumento en el oasis de su pantano.

"La chica permanecía atada y momificada en el sarcófago"

Un insecto, que por su picadura los médicos forenses determinaron se trataba de un mosquito, se ensañó en el muslo del cazurro, se sirvió de jarras y aperitivo y hasta el postre por las venas del burro, y quizá les parezca exagerado, pero aquel zopenco, muy cabreado pues el traidor insecto huyó tras su agresión, fijó sus pupilas desde alacenas a los espejos, oteó por las bisagras y el alféizar y los vidrios por localizar rastros o reflejos, hurgó atento en las lonas y los dinteles y aquellos recovecos donde se amagan las cangrejos, y descontento en su búsqueda alzó la vista al techo, ¡por qué tanto interés!, quiere aplastar a ese infame desecho.

Su mirada desorbitada esbozó un guiño esquizofrénico, y en el acoso al parásito cobarde se demoró en la apertura del camarote, ¡aprisa!, que se agota el oxígeno enclaustrada en su cenote. Deambulaba mientras tanto por el habitáculo el pasmarote, ¡qué hace!, investiga el escondite de la sabandija, revisa los enchufes y la bombilla, pausa rácana que se concede es para rascarse la barbilla, y por aquella extraña razón que escapa a la lógica humana se adueñó de su mente una estrepitosa locura, ¡lo que faltaba!, dado levantó su puño cerrado, erigió en singular el índice por esbozar aquel signo que pide respeto por el sublime silencio, pues pretendió captar ese zumbido que, de inoportuno y travieso, usted y yo sentencio.

Cacheó de las virutas a las corbatas, tanteó en los cojines y la ciénaga que ayer depositó la bolsa de patatas, inspeccionó la lámpara y hasta las llanuras de las alcayatas, y de pronto, allí, junto al interruptor que obra el milagro de alumbrar la estancia, divisó un avión diminuto y escuálido, ¡acérquese despacio!, que le detecta por el movimiento y su termómetro cálido. Sigiloso avanzó los pasos imprescindible, y paréntesis emula al ataque de un tigre invencible. Alzó su guante lento, y sin margen a reacción reventó un tortazo contra el muro que casi provoca un cataclismo en las murallas de la habitación.

Charco de coral pasión incrustó en el rebozado de los ladrillos, y satisfecho por esa hazaña de cuyo fracasado se considera un héroe volvió por erguir el pétreo visillo, aquel donde la vida se inmola, mas en la senda por la cual repatria la deuda de su ocio topó con un bandido, ¡quién había!, querrá mi lector saber, ¡es sólo un barrizal!, aquel rubicundo que el fiambre insecto, con sus vísceras e intestinos y órganos aplastados, ha esparcido por su palma a trocho y mocho, ¡cuidado!, pensó el macaco, que si se filtran sus microbios por la dermis se pondrá pocho.

Truncó el trayecto en un viraje que aparenta imposible, reniega de esa pareja que se contrata por plazos, y esquivando piedras y rocas que no había ni en el sótano ni en la buhardilla, sino motas de polvo y la impar zapatilla, salió presto hacia el baño, que urge limpiar aquel vertido con algún químico y su paño. Dirigió su deplorable caricatura al aseo, expandió sus garras abiertas sobre cuya pica sustituyó al coliseo, y tomando ese cepillo con púas de hierro que tantas veces usó exitoso en el tedioso bricolaje frotó a conciencia, y la espuma que genera por cuanto jabón unta hace impredecible su violencia. Gracia de su restriego me hace ninguna, frisa que delatan sus muecas el sufrimiento, es como labriego que pasa el arado por su huerto, ¡para, patrón!, que con ese arrebato vas a estrellar el fuste del velero contra el puerto.

Aclaró la masa de nata con la poción del grifo cuando el dolor alcanzó ese cota que es epopeya de titanes su soportar, y el aspecto caótico que descubrió vos no se lo puede ni imaginar. Hágase una idea aproximada, si le confieso que la llama de su hoguera se congeló, y la mofa de hiena que le caracterizaba también se heló. Asomaban el piramidal y el trapezoide por cuya lona carnosa que les protege lucía deforme, y pedrusco que al atizar repica como campanas es el pisiforme. Ganchoso se ha desplazado, se vislumbra nítido la reja de la aponeurosis y la fascia tenar, y por las ramas sanguíneas perforadas derrama a borbotones aquella cantidad de sagrado elixir que ya puede echarse a temblar.

Piel que se alborotó como si fueran ciclópeas olas de un piélago bravo carece el hechicero de magia por sanar, y en el desespero intentó aguantar el drenaje con gasas y torniquetes, pero las heridas descomunales le llevaron al fracaso, ¡mas algo ha de hacer!, sea poner parche de caucho o apretar el lazo, pues bálsamo granate se escapa a tanto chorros que riega azulejos y antebrazo.

Solución que decide es drástica, ¡dónde vas, insensato!, que ha tomado una hacha de talar del altillo, filo se ve con ese pigmento del azufre oxidado, y peso es aquel orondo que avala la báscula su valía para trocear la pechuga y el solomillo. Izó por encima de su cráneo, blandió como sable de gladiador que se enfrenta al secutor, y por su escandaloso silbido al caer hay chafardero que promete convencido no fue su precipitar espontáneo. Cortó el viento en un tremendo estrépito, y al golpear en el cetro de su muñeca causó un destrozo que dejó anonadado al mecánico, ¡olvídese de reparar!, a lo sumo se arregla su catástrofe decorando con orquídeas o tulipanes o cuanto le aconseje la florista y el botánico.

Golpea cinco veces, repite una sexta ocasión, y en la séptima de la romería seccionó cuya mano vigorosa se pudrió en su ciclópeo abandono, ¡menuda carnicería!, turba hasta la fauna que acecha en jauría. La piel laxa del dorso se enrosca como el dependiente de la tienda procede con la moqueta, y el laxo tejido subcutáneo destila una fragancia pestilente del que se aparta la mofeta. Abductor y ligamentos se exhiben como el huracán que extirpa las raíces de arbustos endebles, tendones salen proyectados envueltos en las vainas sinoviales, y aquellas hebras delgadas como filamentos que jamás habrá visto yo les digo qué son, vena cefálica cual se ubica en la estepa africana, basílica el hilván donde la tundra siberiana, y la arteria radial la beta que se desmorona por la península hispana.

Zigzagueante y moribundo, pues es demasiado notable el desagüe como para pedir el perdón tardío, hidalgo fiero que se ha vuelto loco se tambaleó infeliz por algunas camerinos de su choza, con aquella zozobra de la barca rota que pierde el remo y la vela y el motor, y sin poder echar ancla ni volver a taller le aguarda la guadaña cuyo pasaporte expide la muerte por horror. Itinerario es infiel si se examina las salpicadas, fue al cuarto que le vio crecer, de ahí transcurrió por el trastero, ¡algo buscaba!, dado allí almacenaba desde la antigualla y la reliquia hasta el cacharro inútil o el chubasquero. Tardó en su hallazgo, y muy probable no lo tuvo claro, pues revolvió por el diván y el comedor, y debió de asolarle la tristeza o el mareo, pues es perceptible en el reguero un acuciante nerviosismo en su afición de buceador.

Tenaz escarbó con esa perseverancia que es inaudita en el zoquete rebaño, y junto al cauce descuidado de un ovillo de alambres halló un artefacto, es el revólver que hace llorar, pues el plomo que descarga consigue, a pesar de la costumbre, dejar al auditorio estupefacto. Apeadero en cual emigró del vagón fue alcoba donde retiene a la joven atada y recluida, y a vera de cuyo baúl ha dado el rango de mausoleo aferra con ganas la pistola por la empuñadura, ¡qué pretende!, gesta cual minero en la voladura. Ruta que planifica las miras dirige el petardo a perforar entre la tonsila faríngea y su doble palatina, y con el fleje reluciente se declara centinela en vaga, ¡a qué viene la protesta!, se debe a cuyo percutor ha tomado las riendas, aguja espolea, y el muelle fustiga a latigazos para emprender esa presteza ligera y ágil que le traslada al asilo de los infiernos, ¡créanme si se lo niego!, es en este globo terráqueo donde sufre aquel calvario que le saquea la crin y sus cuernos.

Cayó inerte sobre un cenagal bermellón por culpa de aquellas armas que no distinguen entre amigos y enemigos, y la infausta que agonizaba por el calvario de la creciente asfixia incrementó los decibelios de su bramidos, ¡llamen al arqueólogo!, y que traduzca sus alaridos. Pusilánime aseveró es sumerio o arameo extinto, o el devaneo de un sermón sucinto, pero mientras analiza enciclopedias y diccionarios por su biblioteca la fulana calló, ¡se habrá quedado afónica!, aunque es probable que la misericordia y la bondad que se presupone al cínico neandertal la despreció, y tuvo por resultado matemático un martirio que la avasalló.

Lean el informe póstumo, se relata que la chica forcejeó hasta la extenuación por librarse de las ataduras, a veces con tanto ahínco que, de entre las lesiones producto de tanto esfuerzo, se diagnosticó un esguince cervical y una luxación en aquel ángulo recto que, aún intentarlo precavidos, ni usted ni yo tuerzo. Deshidratada, maloliente por sus básicas necesidades, hambrienta, sucia, y aterrada por los gases asquerosos que invadía hasta el último recodo de su sepulcro, perdió el conocimiento, ¡malhechor es el dióxido de carbono!, y trajín con el que aniquila es un sistema monótono. Adormece y anestesia, ¡ponga un jilguero o periquito si lo quiere comprobar!, mas la muerte ejecutó su veredicto, ¡y haga como los doctores genocidas!, es una simple estadística, clasifica en carpeta, cierra el archivo, y se acabó el conflicto.

 

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